La tradición es significativa para nuestra fe

Los antiguos credos y oraciones tienen un efecto poderoso en el presente.
Los antiguos credos y oraciones tienen un efecto poderoso en el presente.

Durante la mayor parte de mi carrera como cristiano profesional (una forma frívola de decir “clero”), resistí la adoración en su forma litúrgica. Jamás pude articular una razón de por qué rechazaba la liturgia. Era algo que simplemente jamás había experimentado. Las iglesias coreanas en las que crecí tenían un estilo más evangélico y contemporáneo de adoración.

Cuando empecé a diseñar servicios de adoración, me centraba más en el aspecto de la “experiencia” que en cualquier otro aspecto. Pensaba que debía asegurarme que la gente sintiese la presencia de Dios, que la música los moviera y que tuviéramos un estado ánimo sagrado.

Al mirar atrás, me doy cuenta de que, sin quererlo, quizá llevé a la gente a un estilo de adoración centrada en el consumidor y en ellos mismos. No me mal entiendan. No estoy afirmando que los estilos contemporáneos de adoración fomentan el consumismo que plaga la iglesia. Prefiero un estilo contemporáneo de adoración. Mi error fue colocar toda mi energía en la “experiencia personal”, descartando todo otro énfasis. Se trataba de asegurarme de que la gente se sintiera cómoda con Jesús.

La profundidad y amplitud de la tradición

Recientemente, me he interesado en explorar nuestras raíces anglicanas. Mi iglesia usa Rite II del Libro de Oración Común, pero no al pie de la letra. Mezclamos esta tradición con himnos y canciones de adoración contemporáneas para la música.

Nuestra adoración es hoy más amplia, me parece. Cada domingo, recitamos oraciones junto con otras más de raíces anglicanas en todo el mundo. Leemos y escuchamos los mismos pasajes bíblicos con todas la iglesias que usan el Leccionario Común Revisado. Ya no se trata sólo de mí. Ya no se trata de solo nosotros en este lugar. Nos unimos al mundo recitando las mismas oraciones y credos.

Ahora nuestra adoración tiene un profundidad que jamás había experimentado. Algunas de las oraciones que decimos los domingos han circulado por cientos de años. Estas oraciones litúrgicas hablan de “nosotros, nuestro, a nosotros”, y no “yo, a mí, mi”. Juntos, recitamos las palabras del Credo Niceno que nuestros ancestros han recitado desde el siglo cuarto.

De este modo, cada domingo se nos recuerda que hay más que este mundo. La fe tiene mucho más. Hay más en la adoración que tan solo yo y la gente con la que comparto este espacio.

Quizá esto solo me ocurre a mí, pero necesito recordatorios constantes de que la adoración jamás tiene que ver sólo conmigo y que jamás se trata de mí.

Estoy llamado a estar en comunidad con otra gente. Me sostengo sobre los hombros de gente que vino antes que yo.

Anteriormente, me oponía a la tradición, mal usando el texto de Marcos 7:8, que dice “Ustedes han desechado los mandamientos divinos y se aferran a las tradiciones humanas” (NVI). Es verdad que algunas de nuestras tradiciones locales cometen este error con cosas como “no podemos quitar estas flores de plástico del santuario porque han estado ahí desde que Majorie Ann estuvo aquí”, aunque ella pereció hace 35 años.

Pero mi viaje de fe me ha llevado a reevaluar muchas cosas, principalmente enseñándome a ver más allá de mi persona y de mi comunidad.

Escuchando las voces del pasado

Crecí en una iglesia donde se me decía que todo lo que necesitaba era la Biblia y mis oraciones. Esto me aisló del mundo que Dios ama y del mundo al que llama a servir. Me decían: Ten cuidado con cualquiera que venda libros o enseñe fuera de esta iglesia, porque podría ser un lobo vestido de oveja.

Si me hubiera mantenido en dicha filosofía, jamás habría leído a gente como Richard Rohr, cuyo libro Jesus’ Plan for the New World me hizo reconstruir lo que significa ser un discípulo de Cristo. Rohr me desafió a preguntarme: “¿Estoy edificando el reino de Dios o el mío propio?” Para que yo pueda realmente orar “venga tu reino” (Padrenuestro), también debo orar “váyase mi reino”.

Si hubiese leído solo la Biblia y confiado solo en mi pastor, jamás habría encontrado a Willie Jennings y su comentario al Libro de los Hechos  (Acts: A Theological Commentary on the Bible), donde Jennings pregunta “¿A dónde nos guía es Espíritu y la vida de quiénes nos guía?” Esta pregunta me ha perseguido y desafiado desde el momento que la leí. Tampoco habría descubierto a Fr. Gregory Boyle, cuyo libro Tattoos on the Heart me mostró lo que significa estar en comunidad con el vecindario donde sirvo y cómo es la vida cuando sigo al Espíritu Santo para que me lleve a la vida de otra gente. Este es un libro que recomiendo a quienes plantan iglesias.

Jamás habría descubierto a Rachel Held Evans, quien me proveyó de palabras y afirmación para sentir que debería haber mucha más iglesia de lo que está en frente de nosotros.

Jamás habría leído a Henri Nouwen, de quien aprendí a dejar de sentirme culpable por “no orar correctamente” para más bien “gastar tiempo con Dios”. Todo pastor debería leer tres veces su libro In the Name of Jesus. La idea de “gastar” tiempo con Dios me llevó a la oración contemplativa, lo cual me llevó a descubrir el respirar de la oración que hoy practico regularmente.

Lo que estoy reaprendiendo en este tiempo de mi carrera es a oponerme a usar anteojeras, resistirme a ser encasillado para retirarme a mi propia pequeña burbuja.

Más bien, he empezado a entender que el abrazar la narrativa de Dios en mi vida —en nuestras vidas— es algo amplio y profundo. Estoy donde estoy gracias a gente de fe, valiente y pionera, que ha venido antes de mí. He aprendido lo que el Obispo Desmond Tutu dijo una vez: Ubuntu, esto es, soy porque tú eres.

Joseph Yoo se mudó de la costa oeste para vivir feliz en Houston, Texas, con su esposa e hijo. Sirve en Mosaic Church, Houston. Visite josephyoo.com

Comunicaciones Metodistas Unidas es una agencia de la Iglesia Metodista Unida

©2025 Comunicaciones Metodistas Unidas. Reservados todos los derechos