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¿Estás allí, Dios? Soy yo, Lydia.

¿Cómo sabemos que estamos escuchando a Dios?
¿Cómo sabemos que estamos escuchando a Dios?

¿Nos habla Dios? Si así es, ¿cómo escuchamos la voz de Dios? Y si otros tienen experiencias sobrenaturales, pero nosotros no las tenemos, ¿quiere decir esto que somos menos santos que ellos? Mucha gente de fe lucha con estas preguntas y tienen diferentes opiniones en cuanto al tema. Crecí en una subcultura cristiana en la escuchar a Dios era tan común como ver al cartero. A la hora del almuerzo, mis compañeros y yo con frecuencia divulgábamos convicciones como “Dios me dijo que Michael sería mi esposo”, y gritábamos de alegría en cuanto a quién era el joven. Claro que el supuesto pretendiente no lo sabía, pero nosotros lo sabíamos y esto nos entusiasmaba más que la idea de que Dios nos habló. En el lado opuesto, ha habido y siempre habrá comunidades cristianas que dudan mucho de este tipo de experiencias sobrenaturales directas.

No sorprende que estas preguntas sean desconcertantes, no solo a los cristianos comunes, sino a los eruditos y santos de toda la iglesia cristiana que han reflexionado en ellas. Si Dios realmente habla a los seres humanos directamente, estos eruditos y santos plantean que debe haber algún tipo de razón o rima, alguna norma por la cual podamos probar la validez de estas aparentes revelaciones.

Por cierto, se han usado métodos consistentes y uniformes para identificar los mensajes genuinos de Dios entre las muchas experiencias de gente que sostiene que oyeron a Dios —el primero es la manera en que la comunicación de Dios nos hace sentir. Aunque la comunicación de Dios con los seres humanos puede tomar muchas formas –tan obvia como un rayo o tan suave como un susurro– el autor y sacerdote jesuita George Aschenbrenner ha escrito: “Toda vez que una persona encuentre una consonancia interior consigo misma (que registra paz, gozo, contentamiento) desde el movimiento interior inmediato, y se sienta ella misma siendo su verdadero congruente yo, sabrá que ha escuchado la palabra de Dios para ella en ese instante”. En forma similar, San Ignacio escribió que las voces o pensamientos que no son de Dios “causan una ansiedad que corroe, entristece y obstaculiza”.

Esto es cierto en mi propia vida. En cuanto a los pocos encuentros directos que he tenido con Dios (lo que no incluye mis revelaciones en mi juventud acerca de mi futuro esposo; hablaremos de esto más tarde), todos fueron sutiles y gentiles, produciendo una abrumadora sensación de paz y gozo interno, disolviendo cualquier ansiedad que haya tenido en cuanto a un problema con el que luchaba en ese momento.

El empujón sutil de Dios

Todas estas experiencias fueron tan sutiles que, por cierto, las podría haber pasado por alto si no fuera porque me puse en sintonía con el Espíritu a través de la oración, la reflexión o el mantenerme abierta. Por tanto, cuando encuentro a personas desanimadas porque dicen “Dios no me habla”, rápidamente les aseguro que la voz de Dios por lo general no es grandiosa ni glamorosa, sino lo opuesto. La voz de Dios es tan suave que fácilmente la pasaremos por alto, si tenemos ideas preconcebidas en cuanto a lo que se supone es la voz de Dios.

Ahora bien, ¿por qué es que hoy descarto mi idea juvenil de que Dios me había predicho quién sería mi esposo? Bueno, partiendo del hecho de que no me casé con Michael, nuestro deseo humano de saber el futuro viene de esa necesidad ansiosa de controlar nuestras vidas, en lugar de confiar constantemente en un Dios que nos guía a diario, paso a paso. La forma principal en la que Dios se relaciona con nosotros es dinámica y recíproca, y no es una forma unidireccional, como si fuera un comandante dando órdenes desde el cielo.

 

Vivo con la obsesión de controlarlo todo, así que fue muy difícil para mí aceptar la forma en que Dios actúa —Dios no usa una bola de cristal para predecir mi futuro. Pero poco a poco me di cuenta de que esto es un don que toma dos formas. Primero, me di cuenta de que los humanos tenemos esta capacidad extraordinaria para confeccionar vidas que nosotros mismos construimos. Segundo, Dios ansía apoyarnos y ser el cocreador de las vidas que soñamos. Esta sociedad y comunicación recíproca cultiva una relación más profunda y rica que lo que ocurriría si Dios tuviese un diseño predeterminado que nos obliga a seguir para evitar el ser castigados por nuestros errores.

¿Cómo nos involucramos en esta creación en sociedad con Dios?  ¿Cómo nos podemos en la sintonía de la voz de Dios que por lo general no podemos oír con nuestros oídos?

Esto me lleva a la segunda observación consistente que se ha descubierto acerca de la forma en que Dios le habla a la gente. Se trata de simplemente hacerse presente, de hacerle saber a Dios. “Hola Dios, aquí estoy, lista para compartir y lista para escuchar”. Este hacerse presente usualmente toma la forma de las prácticas espirituales regulares.

La verdad es que Dios siempre ha estado hablando con nosotros y quiere estar en una relación dinámica con nosotros. Ahora nos toca a nosotros responder.

Writer and pastor Lydia SohnLa Rvda. Lydia Sohn es presbítera ordenada de la Iglesia Metodista Unida en la Conferencia California-Pacífico. Cuando la pandemia de Covid-19 empezó, Sohn dejó su nombramiento como pastora a tiempo completo para dedicarse a escribir blogs, escribir un libro y ser madre en su hogar para dos niños. Para más información vaya a www.revlydia.com.

 

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