Esta es la primera parte de una serie de cuatro segmentos que tratan del grupo de reglas diferentes que los cristianos tienen para su vida. El Rev. Pedro Pillot nos ofrece estos cuatro segmentos para hacernos saber cómo podemos crecer a través del dar a otros. Pillot es pastor en la IMU Asbury, en Camden, NJ.
Transcripción:
Mi nombre es Pedro Pillot. Soy pastor de la Iglesia Metodista Unida Asbury, en Camden, New Jersey.
La primera vez que me sobregiré en mi cuenta y el banco me cobró $34 varias veces por gastar el dinero que no tenía, aprendí algo en cuanto al mundo. El mundo tiende a ser generoso con los que tienen pero tacaño con los que no tienen. Una vez que te das cuenta, empiezas a notarlo en todas partes. Uno se da cuenta que es caro ser pobre. Si alguien no puede comprar productos al por mayor, terminas pagando más por lo que necesitas sólo por haber empezado con menos. Así es como funciona la vida, pero no es como debería ser.
En la Biblia Hebrea, al final del capítulo 24 de Deuteronomio, Dios le ordena a los antiguos israelitas que no recojan lo que pasaron por alto en la primera pasada cuando cosechaban los campos, los viñedos y los huertos. Lo que pasaron por alto en la primera vuelta debía dejarse para el inmigrante, el huérfano y la viuda, para la gente que no poseía tierra. La regla que solemos dictar es que se trata de nuestro viñedo, nuestro huerto, nuestro sueldo, y que tenemos el derecho y deber de recolectarlo todo y dar una parte, si se nos antoja. Pero Dios usa una lógica distinta. Dios mandó a esos agricultores que dejarán lo que era suyo para beneficiar a la gente que no poseían campos, viñedos y huertos. Por consiguiente, se les pedía que cuidaran de aquellos que no participaban en su economía y que no tenían protecciones sociales.
El Nuevo Testamento es incluso más radical. Jesús enseñó a sus discípulos que dieran a cualquiera que les pida. Dijo: “Si alguien te pone pleito para quitarte la capa, déjale también la camisa” (Mt. 5:40 NVI). Jesús enseñó que en lugar de prestarle a quienes te pueden pagar, presta a quienes tú sabes que no podrán pagarte lo que deben. Enseñó que debemos vivir como si el bien que hacemos aquí en la tierra acrecentara la cuenta bancaria que tenemos en el cielo. Las reglas que tenemos afirman que todo esto no es más que un consejo financiero erróneo. Pero Jesús operaba con un conjunto de reglas diferentes. Enseñó a sus discípulos que vivieran como si Dios fuera el líder. Lo llamó el reino de Dios y, naturalmente, como cualquier otro país, el reino de Dios tiene sus propias leyes que se basan en su propia cultura. El reino de Dios pone patas arriba nuestras expectaciones y nos llama a amar más allá de lo razonable.
En el reino de Dios, reconocemos que tenemos la obligación de asegurar que quienes no tienen lo suficiente, que no gozan de todas las protecciones sociales que tenemos, que no han heredado los mismos privilegios que nosotros tenemos, puedan recibir lo que necesitan. En el reino de Dios, sabemos que lo que reclamamos como nuestra propiedad realmente está en nuestras manos sólo por un momento. Sabemos que el deber de velar por nosotros también exige que velemos por los demás. En el reino de Dios, reconocemos que aquellos que no tienen los medios para alimentarse merecen comer tanto como nosotros.
El reino de Dios que Jesús predicó nos enseña que la generosidad no tiene que ver con ser bondadoso o con dar un poquito de lo que nos sobra. La generosidad es vivir según el principio de que lo que una persona tiene no define quién es, y que nuestro bienestar individual está intrínsecamente conectado con el bienestar de los menos afortunados.