La gente no son problemas para resolver, sino misterios para explorar.
Eugene H. Peterson
Hace años, me encontré teniendo una experiencia extraña pero innegable en Starbucks en Aiea, Hawaii.
¿Cómo servir mejor a nuestro prójimo?
Conozca a la gente como personas, no como proyectos.
Una voz en mi cabeza, que sonaba bastante como la mía, me criticó por estar demasiado cómodo.
Deseaba seguir a Cristo pero a la vez sentía un gran deseo de hacerlo quedándome dentro mi comodidad.
Entonces esa voz, que sonaba como yo pero que no parecía que era yo el que hablaba, me preguntó “Hablas de servir al que no tiene hogar, ¿pero cuánta gente sin hogar conoces?”
Es una experiencia increíblemente extraña cuando uno se pone defensivo ante una pregunta que uno mismo se ha hecho.
Entonces respondí: “Bueno, hay gente que servimos en River House (una organización sin fines de lucro que sirve a la gente sin hogar)…y también está el Sandwich Patrol (una labor mensual que entrega a los desposeídos una bolsa de papel marrón que contiene un almuerzo preparado con el dinero que los jóvenes recaudaron)…”
Hablando conmigo mismo
Entonces la voz (mi voz) me preguntó: “No. Te pregunto ¿a quién conoces realmente? ¿Cuáles son los nombres de la gente con la que interactúas?”
Es una experiencia extraña sentirse defensivo a una pregunta que uno mismo se hace. Es más raro el quedarse en silencio por lo que uno mismo se preguntó.
Pero la voz (¿o yo?) me atrapó allí mismo
La verdad era que todos estos “ministerios” que hacíamos a favor de los desposeídos eran impersonales. Hacíamos nuestra labor y después nos íbamos. Eso era todo. Después nos felicitábamos por el trabajo bien hecho. Una vez que volvíamos a la iglesia, la gente a la que servimos era cosa del pasado.
Ocurre que tratábamos a la gente como proyectos más que seres humanos. No tenía a nadie a quien culpar que no fuera a mí mismo por permitir que esto ocurriera.
“Ve y conoce a alguien”, me dije a mí mismo.
Después de una reunión en la iglesia, me sentí que no podía irme a casa. Sentí que había algo que tenía que hacer. Experimentaba un fuerte sentimiento que me decía “necesito dejar mi comodidad ahora mismo o quizá nunca lo haga”. Me subí a mi automóvil y me fui a Chinatown a eso de las 9:00pm.
Había estado en Chinatown muchas veces pero nunca de noche. En la noche nada se veía familiar. Comencé a preguntarme si algo andaba mal conmigo. A pesar de todo, me sentía impulsado a caminar por el lugar por la conversación que tuve conmigo mismo más temprano.
No tenía idea a dónde iba y qué debía hacer. ¿Tan sólo tenía que acercarme a alguien y decir ‘hola, si usted tiene un minuto me gustaría hablarle de un amigo. Quizá usted ha oído de él. Se llama Jesucristo’”.
Fue en ese momento que alguien me preguntó si tenía 90 centavos para darle.
Tenía un billete de cinco dólares que le ofrecí al mismo tiempo que le pregunté si querría pasar un tiempo conversando. La persona aceptó con gusto.
Su nombre era Reid. Era un veterano que no había tenido mucha suerte en la vida y que estaba esperando cierto dinero que le debían. Había estado esperando por 11 meses pero estaba seguro que el dinero vendría pronto. Hace un tiempo tuvo un ataque al corazón, lo cual lo dejó sin hogar. Me contó de su tiempo en la guerra de Vietnam, su vida antes y después de la guerra, y cómo terminó viviendo en Hawaii.
En un intervalo en nuestra conversación, le pregunté sin siquiera darme cuenta: “¿Cree usted en Dios?” No tengo idea por qué le hice esa pregunta. Hasta ese momento había tenido una gran conversación y temí que mi pregunta lo arruinaría todo. No sabía qué diría, si decía “sí” o si decía “no”, no sabía cómo responder.
“Claro que sí”, me dijo. Otra vez, mi boca parecía moverse más rápido que mis pensamientos porque instintivamente le pregunté: “¿Por qué?”.
Me explicó que a pesar de que lo había perdido todo, Dios estaba siempre con él revelándose a sí mismo aquí y allá. Reid me explicó que nunca se había sentido desamparado, olvidado o abandonado por Dios y que si él no creyese en Dios, no habría tenido la esperanza para seguir viviendo.
Me preguntó si yo creía en Dios. Le respondí honestamente: “Creo en Dios pero algunas veces lucho con mi fe. Algunas veces pienso que sería más fácil alejareme de todo y no creer en nada”.
“¿En qué trabajas, Joe?” me preguntó.
“Esté..., bueno... soy pastor”, le dije.
Reid se puso a reír a carcajadas, y hasta despertó a algunos de sus vecinos.
“No te preocupes, continúa viviendo tu fe en la mejor forma posible”.
Cada jueves visité a Reid (y a su compañero de negocios Tom, que es toda otra historia) trayendo cerveza y pizza. Lo hice hasta que fui enviado al sur de California.
¿Qué fue lo que la fe me impulso a hacer?
Eso ha sido una de las cosas más extrañas que la fe me ha impulsado a hacer. A causa de esto, pude conocer a Reid quien me enseño la importancia de conectarme con la gente, para entablar relaciones, ver la humanidad y la imagen de Cristo en aquellos que servimos. De otra forma, la gente se transforma en proyectos lo cual es contrario al llamado de Jesús.
No se nos ha llamado ser gerentes de proyectos sino a formar relaciones.
A menudo, el entablar relaciones significa conocer a alguien, lo cual nos saca de nuestra comodidad.
¿Qué lo impulsa la fe a hacer? Si buscas conocer gente, fíjate en este lista de comunidades de fe que desean relacionarse en línea. Quizá te interesen los siguientes artículos:
Joseph Yoo se mudó de la costa oeste para vivir feliz en Houston, Texas, con su esposa e hijo. Sirve en Mosaic Church, Houston. Visite josephyoo.com.