Cuando me levanté el 26 de mayo, vi el video del asesinato de George Floyd. Los nombres vinieron a mi como un diluvio: Eric Garner, Michael Brown, Sandra Bland, Tamir Rice, Alton Sterling, Breonna Taylor, Trayvon Martin, Renisha McBride, Philando Castille, Freddie Gray, Ahmaud Arbery, y tantos otros.
Inventé mil razones para no salir a protestar. Estas razones mostraban claramente que mi privilegio era mi escudo. Pero no hemos sido llamados a consolar sino a transformar.
Así que, el 31 de mayo me puse mi cuello clerical, una máscara, y me dirigí a centro de Baton Rouge. Llegué preparada en caso de que hubiera bombas lacrimógenas y con mi guía de ACLU para la protesta. Fui con mi esposo y me preparé a mostrar mi presencia como clero en un lugar de dolor y anhelo.
Una perspectiva única
Mi perspectiva no es común. Mis hermanas y yo no nos parecemos. Los tonos diferentes de nuestra piel han despertado en mí un entendimiento más pleno de cuán privilegiada soy.
Mi hermana mayor es rubia (güera). Yo tengo pelo castaño. Nuestra hermana menor tiene pelo negro y fue adoptada de la República Democrática del Congo. Su experiencia es diferente de la mía, a pesar de que pertenecemos a la misma familia y fuimos criadas juntas y nos gustan los mismos programas de televisión. Esto quedó muy claro cuando mi mamá me contó esta historia.
Mi hermana y sus amigas fueron a comer en un restaurante. Era el tipo de restaurante en que uno paga en el mostrados después de haber terminado de comer. Cuando mi hermana menor y sus amigas se levantaron para pagar sin saber que el lugar había cambiado el sistema. La persona en el mostrador le informó al grupo que tenían que pagarle a la mesera.
Cuando volvieron a la mesa, una mujer blanca mayor dijo: “Seguro que pensaron que podrían irse sin pagar”, mientras que apuntaba con el índice a este grupo de jóvenes negras.
Trato de imaginarme lo que habría hecho si hubiera estado allí. ¿Le habría dicho que era una racista? ¿Habría movido mi cabeza en desaprobación para después sacarlas rápidamente del lugar? ¿Habría tratado de explicarle a esa mujer que era un mal entendido? ¿Me hubiera quedado congelada?
Cada vez que veo en las noticias que una persona negra fue asesinada por la policía durante un arresto o estando bajo custodia, me acuerdo de mi hermana menor. ¿Qué pasaría si su vehículo fuese detenido por un policía? ¿Le creerían que estaba en su vecindario? ¿Comprenderían que ella es una hija, hermana, amiga, tía e hija de Dios? ¿Sabrían que no es buena contando chistes y que hornea las galletas de chocolates más ricas del mundo? ¿La verían como un ser humano? ¿Tomarían el color de su piel como una amenaza? ¿Confundirían su suave tono de voz como una señal de falta de respeto?
El silencio es violencia
En la protesta vi letreros que decían “Mamá,” George Floyd. “No puedo respirar”, Eric Garner y George Floyd. Pero la pancarta que más me tocó fue “El silencio es violencia”.
El silencio es violencia. No podemos seguir callando. No podemos estar más preocupados de ofender a otros que de la gente de color asesinada por la policía. No basta condenar el racismo. Tenemos que ser anti-racistas.
Mi compromiso con la igualdad racial no viene de la vergüenza o la culpa, sino del profundo amor que siento por mis hermanas, y por mi profundo amor a Cristo. Cristo nos llama a salir de nuestro propio quebrantamiento para que sirvamos a otros a través de amar a Dios y al prójimo. Ese profundo amor me hace querer examinar mi propia conducta y acciones. Ese profundo amor me ha dado la oportunidad de ver mi privilegio y salir de la apatía.
¿Qué podemos hacer para conseguir igualdad racial?
Quizá el primer paso sea denunciar la injusticia que se inflige contra nuestras hermanas y hermanos de color, reconocer que lo que está ocurriendo es maligno, usar plataformas para denunciar el racismo. Debemos sacar la viga de nuestros ojos para poder ver la paja en los ojos de los demás.
Muchos pastores son reacios a tocar estos temas desafiantes desde el púlpito. Esa renuencia, ese silencio es violencia. Como pastores se nos llama a ser voces proféticas, tal como lo fueron Elías, Oseas e Isaías, quienes llamaron al pueblo a reexaminar el pacto que habían hecho con Dios. No es un llamamiento fácil o confortable. Elías se cansó tanto del pueblo al que predicaba que se fue al desierto a morir. Jonás se puso a reclamar debajo de un arbusto. Este impulso a buscar la justicia social no tiene que ver con regañar o avergonzar. El llamado a la justicia social viene de nuestros votos bautismales. “Resistir el mal, la injusticia y la opresión en cualquier forma en que se presenten”.
Ser un aliado es quizá la forma moderna de ser un discípulo. Para ser un aliado, debemos saber a quién esperamos apoyar y animar. Debemos amarlos, escuchar lo que dicen, oír sus experiencias como válidas, y aceptar que somos parte del problema. Como pastores y pastoras blancas, necesitamos educarnos a nosotros mismos y a nuestras congregaciones en cómo opera el racismo y en cómo ser antirracista. Hay muchos libros que leer, recursos que examinar y formas de involucrarnos en un diálogo productivo. Pero quizá el primer paso sea denunciar la injusticia cometida contra nuestras hermanas y hermanos de color, reconocer lo que está ocurriendo. El primer paso es usar las plataformas (y púlpitos) que tenemos para denunciar el pecado del racismo. Debemos estar dispuestos a sacar la viga de nuestros ojos para poder sacar la espiga del ojo de otra persona. Ser un aliado es quizá la forma moderna de discipulado. Ser un aliado es quizá la forma moderna de ser un discípulo. Para ser un aliado, debemos saber a quién esperamos apoyar y animar. Debemos amarlos, escuchar lo que dicen, oír sus experiencias como válidas, y aceptar que somos parte del problema. Esta es la labor que tenemos por delante, la de realmente escuchar en lugar de debatir.
No podemos seguir colocando el peso sobre la gente de color. No es la responsabilidad del oprimido enseñar al opresor. No es fácil porque la transformación jamás es fácil. El amor no es ciego al color de la piel. El amor es ver a cada uno por lo que realmente son. El amor es celebrar la gran variedad de la raza humana y recordar que cada uno fue creado a la imagen de Dios.
Aceptemos que es incómodo hablar de ellos, pero tenemos que hablar.
Para más ideas de cómo involucrarse en esta difícil labor, visite recursos sobre justicia racial.
La Rev. Ali Young es pastora en la IMU University, en Baton Rouge, LA. Young está comprometida a ayudar a la iglesia a que continúe creciendo y aprendiendo sobre la justicia social. Con su esposo tiene 3 hijos varones.