Se supone que debemos enseñar a nuestros hijos e hijas. Pero cuando se trata de enfrentar la adversidad y ser perseverantes, ocurre que son nuestros pequeños los que nos pueden enseñar algunas lecciones. Mi hijo tiene una forma peculiar de ver la vida, y me ha enseñado algunas cosas invalorables en cuanto a cómo seguir adelante.
Una de las palabras que usaría para describir a mi hijo es “resiliente”. Jamás olvidaré el día que lo vimos por primera vez. Ocurrió en un hogar grupal en Camarillo. Ese fue un día intenso.
Aparentemente, por el lugar había un hombre armado con un cuchillo, así que estábamos encerrados.
Lo que debería haber sido una sesión de 30 minutos, se convirtió en un calvario de dos horas. Al final, todo se arregló, y por fin pudimos conocer a este niño que sería parte de nuestra vida temporalmente.
Entró al lugar donde todos esperaban, llevando su frazada en una mano y un animal de peluche en la otra. Su ropa era como dos tallas más grandes que él. Desde el instante que entró en el cuarto, sonrió con una sonrisa que de inmediato cautivó mi corazón. No paraba de sonreír. Me parece que no tenía idea de lo que pasaba, pero no podía parar de sonreír. Y su sonrisa iluminó todo el cuarto y el espíritu de todos los estábamos allí.
Hubo más retrasos ese día. Se suponía que teníamos que pasar a recoger la medicina que él tomaba. La servidora social dijo que sería solo un entrar y salir. Nada más de 10 minutos, pero el asunto duró como una hora.
Pero este niño estaba contento con estar vivo, sonriendo. Captaba todo lo que veía y sentía. Dimos por sentado que tenía hambre (porque nosotros teníamos deseos de comer). Junto la farmacia había un Foster’s Freeze, y allí fue la primera vez que vi a alguien usando tiras de pollo como cuchara para la salsa.
Desde la farmacia a nuestro hogar, nos tomó unos cuarenta minutos. Fue un lindo viaje a través de la carretera 101 desde Oxnard a Santa Barbara. Mi esposa miraba algunas veces al asiento trasero para ver cómo estaba el niño. Yo miraba su carita por el espejo retrovisor. Nunca paró de sonreír.
Dos años después, terminamos el proceso de adopción. Lo que empezó como una situación temporal, terminó en una relación permanente. Cuando firmamos los documentos finales, recibimos un montón de informes acerca de su vida antes de nosotros (al parecer uno no recibe la historia familiar y médica de un niño hasta que uno finaliza la adopción). Leí como tres informes y no pude seguir. Eran tan tristes. Mi esposa los leyó todos.
No podía creer todo lo que sufrió. Ningún niño — realmente nadie — debería pasar por tanto horror. Todo esto hizo que el día en que lo vimos por primera vez un día increíble.
Este niño, a los tres años, había visto y experimentado más trauma que lo que yo había vivido en mis 41 años de vida. Fue difícil leer las cosas que soportó. Pasó por todo eso y todavía podía sonreír con una sonrisa que iluminaba dondequiera que fuera, y sigue levantando el espíritu de quienes lo rodean.
Sigue mostrando resiliencia hasta el día de hoy. He titulado su sonrisa la “sonrisa inquebrantable”.
Creo que parte de su resiliencia está basada en cómo ve la vida. Mi hijo tiene algo de autismo. Así que, ve el mundo en forma diferente. Estoy convencido de que ve el mundo con lentes de gozo porque encuentra gozo en las cosas que la gente pasa por alto.
Se emociona (y digo emociona) al ver un tazón con cereal, o cualquier comida. Cuando salimos a comer, y la mesera nos trae la comida, se entusiasma tanto que nos sentimos un poco avergonzados. Debido a como soy, siempre bromeo con la mesera, diciendo “le prometo que le damos de comer en casa”, aunque actúa como si nunca hubiese visto comida anteriormente.
Apuntando a una nueva perspectiva
Una vez, mi hijo volvió a casa de la escuela con un par de rasguños en su brazo y una nota de la maestra. Nos contó que su amiga Abby (cambié el nombre) lo rasguñó. La nota de la maestra decía que no fue intencional y que Abby era una compañera que no habla. A la semana siguiente, vino a casa con otro rasguño en su brazo y nos contó que Abby le gritó, y rasguñó también a las maestras. De modo que, mi esposa y yo tratamos de enseñarle cómo defenderse.
Le aconsejamos que siempre informe a la maestra cuando Abby lo rasguñe. Le dijimos que con firmeza le diga “no” a Abby, y diga “no me toques”. Le dijimos que si ella continúa, que levante sus manos y se distancie de ella empujándola suavemente. Así, no volvería a casa con rasguños.
Le repetimos todo esto claramente, y le preguntamos “si Abby te rasguña, ¿Qué tienes que hacer?
Nos respondió, “le voy a dar un gran abrazo”.
A eso me refiero cuando digo que mi hijo mira el mundo en forma diferente.
El punto de vista de la resiliencia
He aprendido y sigo aprendiendo de la vida y la fe a través de mi hijo.
Por cierto que me inspira a seguir adelante. Algo que aprendí fue cambiar mi perspectiva: Cómo veo las cosas.
Yo veo burbujas. Él ve algo maravilloso. Yo veo una plato de comida que debería habernos llegado a la mesa hace rato. Él ve con gozo que la comida está aquí.
Lo cierto es que encontramos lo que buscamos. Si uno anda buscando encontrarle faltas a alguien, las encontrará. Si quieres encontrar cosas que odiar o temer en el mundo, las vas a encontrar.
Pero si uno busca lo bueno, lo que nos trae gozo, lo que nos da esperanza, uno también los encontrará. Es más fácil encontrar lo negativo. Pero esto no quiere decir que nuestras vidas, comunidad, ciudad y el mundo estén desprovistos de cosas buenas.
Allí está. Siempre está allí. Porque Dios es bueno. Y Dios siempre está allí. Dios siempre está allí.
El saberlo me ayuda a seguir adelante. Me ayuda a ser resiliente. Inspira en mí la esperanza de que el bien y la belleza nos rodean completamente.
Joseph Yoo se mudó de la costa oeste para vivir feliz en Houston, Texas, con su esposa e hijo. Sirve en Mosaic Church, Houston. Visite josephyoo.com.