Cuando pensamos en Dios hablando con nosotros, nos gusta imaginar una experiencia sobrenatural que capte nuestra atención. Lo cierto es que esto ocurre muy raramente.
Cuando sentí que Dios me hablaba, fue siempre a través de lo ordinario —usualmente mi propia voz. Dependía de si ponía atención o no.
Cuando era pequeño, me pillaron jugando con fósforos en la parte trasera de la iglesia donde mi papá era pastor. Un grupo de niños de 10 años jugábamos mientras nuestros padres estaban en una reunión. Estábamos aburridos y teníamos hambre. Tenía una galleta de avena, pero en lugar de comérmela se me ocurrió calentarla con fuego. Sabía dónde mi papá guardaba los fósforos y mis amigos fueron a recolectar algunos ramas para el fuego.
Nos fuimos a la parte trasera de la iglesia para prender el fuego. Tiré el fósforo en la pila de ramas y esperamos que el fuego tomara forma. Un adulto nos sorprendió in fraganti. Los niños me acusaron de inmediato de ser el que tuvo la idea. Traidores.
El fuego nunca creció. Era difícil hacer que las ramas se encendieran. Estuvimos esperando como cinco minutos antes de que nos pillaran. Todos pensamos que los palos se encenderían de inmediato, pero nada.
Lo que me lleva a Moisés (apuesto que jamás se le ocurrió que hablaría de Moisés…). Moisés tuvo un encuentro con Dios que captó toda su atención a causa de una zarza ardiente (Éx. 3:1‒4:17). Así es. Dios le habló a Moisés desde una zarza ardiente —lo que al principio parece apasionante y nos hace pensar: Si Dios me hablase de esa manera, no cabe duda de que pondría atención.
Pero mi experiencia en la parte trasera de la iglesia me enseñó que toma tiempo para que la madera se encienda en llamas.
Un encuentro más sutil con Dios
Moisés solo supo que algo raro ocurría con esta zarza cuando observó que ardía pero no se consumía. Y digo “esta” zarza porque supongo que era común ver arbustos quemándose en el desierto.
¿Cuánto tiempo tuvo Moisés que mirar al arbusto para darse cuenta de que no se consumía?
Probablemente, primero dio por sentado que la zarza había prendido fuego. Quizá estaba lo suficientemente lejos como para asegurar que sus ovejas no corrieran peligro. Así que, se quedó mirando al arbusto para ver si el fuego se extendía. Por un tiempo observó lo que pasaba antes de darse cuenta de que, aunque la zarza estaba ardiendo, no se consumía. Fue en ese momento cuando Moisés dijo: “¡Qué increíble! Voy a ver por qué no se consume la zarza” (Éxodo 3:3).
Un arbusto ardiendo no era algo extraordinario para Moisés. Pero en este caso, Moisés se quedó el tiempo suficiente para darse cuenta de la presencia de Dios. Se fijó lo suficiente en un evento ordinario para experimentar algo extraordinario.
Cada vez que me convencí de que Dios me había hablado fue a través de un momento diario común. A veces fue a través de otra gente: A través de sus palabras o acciones que me hicieron decir: “Ajá, hay algo más grande aquí”. Otras veces, fue a través de una canción, diálogo en la televisión o un libro que leía. Otras veces, ocurrió mientras escuchaba un sermón u oración en la iglesia.
Un mensaje de Dios
El mensaje me llegó cuando estaba patinando de noche. Por lo general, termino mi ruta patinando cuando llego a una iglesia católica cerca de mi casa, porque tiene un estacionamiento muy suave. Después de deslizarme dos veces por el estacionamiento, me dirigí al Jardín de María de la iglesia para sentarme por un momento. En el “jardín”, que realmente no es un jardín, hay una estatua de María que sostiene a Jesús en su falda después de que muriera en la cruz. La gente deja flores a los pies de la imagen. Pero esa noche había una nota que alguien puso en la mano de Jesús.
Me invadió la curiosidad. Sentí la necesidad de ver qué decía la nota. Me daba vueltas la idea de cuáles eran las implicaciones morales de ver qué decía el mensaje. Pero sabía que a fin de cuentas era inevitable que la leería.
Miré por todos lados para asegurarme que no había nadie. Miré hacia arriba —no en busca de Dios— para asegurarme que no hubiese cámaras, lo que me hacía más sospechoso todavía. Entonces tomé la nota y la leí. Era el mensaje de un niño que decía “te amo Jesús”.
No puedo expresar por qué este mensaje me tocó, bendijo y conmovió tanto. La nota era pura e inocente. Me recordó mi compromiso y amor a Jesús, pero también me recordó que Jesús me ama. Sentí realmente la presencia de Dios en mi corazón en aquel momento, y me llené de agradecimiento.
Creo que Dios actúa en la intimidad —y quizá esta es la razón de por qué muchas veces perdemos la presencia de Dios. Buscamos a Dios en los vientos rugientes, el fuego imparable o los terremotos aterradores, cuando en realidad la voz de Dios es un susurro quieto y suave —uno no puede escuchar un susurro si no pone atención, a menos que uno se acerque lo suficiente al quien lo emite.
A fin de cuentas, lo que importa es que estemos atentos a la presencia de Dios en nuestra vida. ¿Estamos poniendo atención a Dios incluso en las cosas ordinarias y mundanas del diario vivir?
Joseph Yoo se mudó de la costa oeste para vivir feliz en Houston, Texas, con su esposa e hijo. Sirve en Mosaic Church, Houston. Visite josephyoo.com.