¿Pareciera que la gente religiosa busca sufrir?
Cuando era joven lo único que quería era sufrir. Quería sufrir como la gente quiere el dinero. Quería adquirirlo, que llegara a mí, crearlo y acumularlo en exceso.
Esto sonará confuso para quienes no han crecido en la tradición cristiana particular en la que yo fui criada, donde el sufrimiento es y ha sido embellecido y romantizado. Sin embargo, hay evidencia definitiva en la Biblia de personas buscando sufrir. Levítico y Deuteronomio se dedican en gran parte a la importancia del sacrificio y el arrepentimiento. El propósito de estos libros es proveer de instrucciones para ser exonerado, a fin de reparar la relación que el pueblo tiene con Dios. En los evangelios, Jesús les dice ominosamente a sus discípulos que si realmente quieren seguirlo, deben tomar su cruz y negarse a sí mismos. El apóstol Pablo y la comunidad cristiana primitiva amplificaron estas enseñanzas ascéticas. Los primeros cristianos negaron sus necesidades físicas a causa de su misión divina. La muerte misma de Jesús llegó a ser entendida como el último sacrificio para redimir a la humanidad.
A los 17 años cuando pensaba cómo pasar el verano, opté por la actividad de caridad menos agradable y más extenuante, creyendo que esto me conseguiría una mejor evaluación de mi desempeño en el cielo. ¿Conseguir trabajo en una pastelería o como salvavidas? Absolutamente no. ¿Vivir entre los más pobres y comer comida enlatada por seis semanas? ¡Bingo!
Pero al mismo tiempo, a lo largo de toda la Biblia se desarrolla una idea completamente opuesta. El salmista le aclara a la gente que Dios no requiere sacrificios sino un corazón devoto. De la misma forma, el autor de Joel le aconseja al pueblo: “rásguense el corazón y no las vestiduras”. Jesús anuncia, “vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso”, también dice: “el sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado”.
El evangelio, que literalmente significa “buenas nuevas”, tiene que ver con el gozo. El ángel Gabriel le dice a María que le trae nuevas de gran gozo. Qué reconfortantes son estas palabras. Gozo, gozo, gozo –es una palabra que aparece en toda la Biblia. Es el fin para el cual todos estamos aquí. Además, no es algo para lo cual debamos esforzarnos o que debamos ganarlo. Es un regalo que se nos da a todos sin importar lo que hemos o no hemos hecho.
Esta es la razón de por qué tengo una relación complicada con el sufrimiento.
Al ser más vieja y más, digamos, sabia, he podido dilucidar estas ideas opuestas a través del estudio, la oración y el cuestionamiento incesante. Siempre he tenido una curiosidad insaciable acerca de la naturaleza de la divinidad, nuestra relación con ella y el propósito de nuestras vidas. No sorprende que terminé siendo pastora ordenada.
La naturaleza del sufrimiento
Aquí es donde he llegado en este momento. Digo “en este momento” porque he aprendido que el conocimiento no tiene límites, y que los que quieran aprender y crecer nunca pararán. Esta realización ayuda mucho ahora que nos encontramos en medio de la Cuaresma, una temporada de la vida cristiana que se conoce por su promoción del sufrimiento intencional.
Creo que hay dos tipos principales de sufrimiento. El primero es el sufrimiento que es simplemente parte de vivir en este mundo como criaturas sensibles y finitas: nos enfermamos, tenemos un accidente, tomamos decisiones equivocadas a causa de nuestras heridas emocionales o conocimiento limitado. Hay tantas cosas que pueden traer sufrimiento y tristeza no deseados. El segundo es el sufrimiento que buscamos y del que nos jactamos porque creemos que agrada a Dios.
Volviendo a lo que dijo el salmista, Dios no demanda sacrificios como si fuera un dictador necesitado e impetuoso. Dios nos dio la vida como una expresión libre de su creatividad. Nosotros, creados a la imagen de Dios, estamos dotados con la misma creatividad para construir nuestras vidas según nuestros propios diseños. No necesitamos buscar el segundo tipo de sufrimiento porque Dios no lo desea ni lo requiere de nosotros.
Sin embargo, el primer tipo de sufrimiento contiene semillas para que florezcamos y al final tengamos gozo. No sea que creamos que este tipo de sufrimiento es más fácil de aceptar que el riguroso sufrimiento farisaico que a menudo buscamos, lamento decirles que no es así.
El amor no puede existir sin el primer tipo de sufrimiento. Es tanto la prueba definitiva del amor así como la propiedad alquímica que transforma hasta las situaciones más sombrías. Caminar junto a un amigo o amiga que pasa por una enfermedad grave, el perdonar a alguien en quien una vez confiamos, el mantenerse en control cuando lo que uno quiere es vengarse, el practicar la paciencia con miembros de la familia –estos son algunos ejemplos del sufrimiento al que Jesús nos invita. Eso es lo que quiere decir con “tomen su cruz”.
¿Cómo tomamos la cruz?
Pero con frecuencia no queremos responder a estos desafíos porque carecen del brillo de ese sufrimiento que escogemos. Como lo dijo el activista cristiano Shane Clairborne, “todos quieren una revolución, pero nadie quiere lavar los platos”.
Los platos simbolizan nuestra respuesta fiel al sufrimiento diario a nuestro alrededor. Es lo que nos permite experimentar el gozo pleno del que Jesús habla cuando dice: “Les he dicho esto para que tengan mi alegría y así su alegría sea completa”.
A diferencia de la felicidad, la alegría no es la consecuencia superficial de las condiciones de vida ideales. La felicidad es una emoción pasajera. Por lo general se presenta cuando algo que esperábamos se concretiza. La alegría es un sentido más profundo de paz que no es algo que uno logra sino algo con lo cual uno se conecta cuando reconoce que la vida es un don puro y gratuito del amor y creatividad de Dios. Y si la alegría es la meta que todos buscamos, el sufrimiento fiel es el medio que nos llevará a la meta.
Volvamos a la Lydia de 17 años que decidió el servicio de verano en una comunidad pobre en lugar de tomar una clase de composición literaria. Esto es lo que yo, a los 38 años, le diría a Lydia: “Toma la clase de composición porque eso es lo que quieres hacer. Tus ansias de crear no son solo un don de Dios sino la expresión de la identidad misma de Dios”. También le diría: “¿Te acuerdas de la vez que le dijiste a tu amiga Susan que ella era menos iluminada porque no era cristiana? Sucede que el no verte como superior a los demás es el tipo de sufrimiento que Dios pide de ti.” Añadiría: “Dile que sí a Jimmy cuando te pide que vayas con él al baile de graduación. De cierta forma, es más divertido salir con una persona con la cual no está enamorada”.
La Rev. Lydia Sohn es una presbítera ordenada de la Iglesia Metodista Unida en la Conferencia California-Pacífico. Cuando la pandemia de Covid-19 empezó, Sohn dejó su nombramiento como pastora a tiempo completo para dedicarse a escribir blogs, escribir un libro y ser madre en su hogar para dos niños. Para más información vaya a www.revlydia.com.