Muchos han visto esas películas y series de televisión que hablan de situaciones apocalípticas y pandémicas en que alguien lanza patógenos que colocan a todos en un pánico mundial. Los gobiernos empiezan a colocar sus ciudades en cuarentena y cierra sus fronteras. Ocurre que esto se ha vuelto realidad. Tengo que admitir que al principio no tomé en serio lo que pasaba. Había planeado irme de vacaciones a Europa, primero con mi mejor amiga Anna, para continuarlo después con mi papá. Ansiaba irme de viaje, así que ignoré las advertencias de que esta situación pronto escalaría. En mi obstinación, el 5 de marzo empaqué mis cosas y ve fui a Madrid, España, que era un epicentro del Covid-19.
Con todo, no estaba completamente ciega. Llevé bastante loción y toallitas desinfectantes. Me lavaba las manos a menudo. Jamás estuve más consciente de lo que mis manos tocaban. Viajé por todo Madrid, a pie, en automóvil, en trenes y metros, y entré en contacto con mucha gente. La ciudad seguía con su ritmo de vida normal. No había ninguna señal de que la ciudad era un epicentro. Nadie usaba máscaras o guantes, aparte de los maniquíes de las vitrinas de las tiendas. Como todos conducían sus vidas en forma normal, pensé que todo estaba bien.
Después de algunos días, mi amiga Anna volvió a la ciudad de Nueva York donde vive. Mi papá llegó a Madrid. Planeamos viajar a diferentes partes de España usando un automóvil de alquiler, para después visitar otros países. Por años, mi papá había seguido las noticias sobre España e incluso tenía un app sobre España en su teléfono. Mientras explorábamos Madrid, empezó a recibir alertas de que el número de infecciones en España crecía a diario. Literalmente, de un día a otro el número subió a 5,000 personas infectadas en Madrid. Esa mañana vi que la gente empezaba a usar máscaras. Me detuve en una tienda para comprar agua, y me di cuenta que la dueña había bloqueado la puerta con el mostrador. Desde el otro lado, ahora preguntaba a los clientes qué querían comprar. Le dije que quería una botella de agua. La señora puso la botella sobre el mostrador y me pidió que pusiera el dinero sobre el mostrador. Roció el dinero con Lysol y lo guardó en la caja registradora.
Las cosas cambiaban muy rápido. En los restaurantes y las calles escuché que la gente comentaba que Madrid sería puesta bajo cuarentena por 15 días. Nadie podría salir o entrar de la ciudad. Esto nos preocupó porque teníamos planes de viajar por España. Decidimos terminar nuestro paseo por Madrid y salir de la ciudad antes de que se cerrara.
Esa fue la primera noche que vi los supermercados atestados de gente y, por primera vez, vi a una persona en la calle cargando un montón de papel higiénico y llevando máscara y guantes. Me fui al hotel y prendí la televisión para ver las noticias. Los casos habían subido a 8,000. Pero decidí irme a la cama, pensando que al otro día alquilaríamos un automóvil para irnos al sur de España.
Como a eso de las 2:00am, el celular de mi papá sonó. La única persona que llama a mi papá es mi mamá. Así que nos levantamos y nos miramos asustados pues sabíamos que estaría llamando para decirnos que algo había ocurrido mientras dormíamos. Mi papá tomó el teléfono y lo puso en altavoz. Mamá nos dijo que el viernes Trump iba a cerrar las fronteras de los Estados Unidos a toda persona que viajara desde Europa. En ese momento, su administración no clarificó si esto se aplicaba también a los ciudadanos americanos. En ese momento, a las 2:00am de España, era jueves. La mayoría de los vuelos toman más de un día para regresar a Florida donde viven mis padres. Parecía que no lograríamos llegar a casa antes del viernes. Tomé el teléfono y me puse a buscar vuelos para cambiar nuestro vuelo de regreso. Todos estaban despertando a sus seres queridos para darles la noticia. Las aerolíneas estaban a punto de ser inundadas con llamadas y los boletos pronto se pondrían muy caros.
En quince minutos encontré un vuelo a Florida que salía a las 7:00am. Sabiendo el caos que se crearía en el aeropuerto, empacamos en 10 minutos y nos fuimos del hotel. Cuando llegamos al aeropuerto todos los mostradores de las aerolíneas estaban cerrados y sólo había como cuatro personas delante de nosotros en la fila para registrarnos.
En sólo 30 minutos todas las filas de las aerolíneas crecieron hasta salir a la calle. Las aerolíneas empezaron a llamar a sus empleados para que lleguen cuanto antes a causa de la emergencia. Otros americanos nos contaron cómo escucharon las noticias. Conocí a una joven de Michigan que había estado en un bar con algunos amigos. Me contó que cuando les llegó la noticia la gente empezó a empujarse para salir del lugar. En las calles la gente corría y gritaban la noticia a otros bares en cuanto a que los americanos debían oír la noticia y llamar a casa.
La hora que pasamos esperando que empezaran a emitir boletos de viaje, nos contamos las historias de lo que nos tomó para llegar al aeropuerto y obtener vuelos. También compartimos la incertidumbre de quedarnos atascados en España o al hacer escala en otro país, o ser puestos en cuarentena al llegar a un aeropuerto de los Estados Unidos. Había un ambiente de incertidumbre épico. Nunca me sentí tan impotente. Mi vida estaba en manos de nuestro gobierno y del gobierno de otra nación. Me encontraba huyendo de un país que había conocido por sólo algunos días, sin saber si me admitirían en casa. La única cosa que me daba consuelo era que estaba con mi papá que tenía una tarjeta de crédito con un buen límite de crédito y que hablábamos inglés y español en forma fluida. No importa lo que pasara, no estaba sola. Sería capaz de comunicarme y de costear el quedarme estancada indefinidamente.
Me resigné a que mis vacaciones habían terminado y que ahora huía de un país en medio de una pandemia. Me di cuenta que aunque tenía los recursos para salir de España y que mi celular tenía apps para conseguir lo que quisiera, todavía me sentía impotente e incierta en cuanto a mi futuro. En ese momento no podía imaginar cómo se sentiría un refugiado huyendo con solo la ropa que traía puesta. Sentí una profunda compasión por los refugiados.
Muchas partes del mundo sufren guerras, hambrunas, enfermedad y violencia mucho antes de ser atacados por una pandemia. Para ellos la incertidumbre es una forma de vida. El covid-19 nos ha dado a probar lo que se sufre en otras partes del mundo por años, décadas y hasta siglos. Aunque no sabemos cuántas semanas más de cuarentena tendremos que soportar, sabemos que esto eventualmente pasará y que la mayoría volverá a sus vidas normales. Pero debemos tener compasión por aquellos que experimentan sufrimientos durante la pandemia, por aquellos que no podrán volver a lo normal y aquellos que no conocen otra forma de vida que el existir en un constante estado de emergencia en su parte del mundo.
Por suerte, mi historia termina cuando logramos llegar a los Estados Unidos, y pude volver a Nashville, Tennessee, donde vivo.
Michelle Maldonado es directora de Seeker Communications, en Comunicaciones Metodistas Unidas.
[Publicado 30 de marzo 2020]