“Nuestra historia no nos define. Repito, no nos define”.
Este es un pensamiento que debería darnos libertad para ser la persona que Dios siempre quiso que fuéramos. Aunque sabemos que es más fácil oír que aceptar.
Con frecuencia creemos que lo que nos define es lo que hemos hecho en el pasado o el peso que tiene el nombre de nuestra familia. Vivimos cautivos de aquel pasado que no nos deja vivir la vida que Dios quiere para nosotros. Nos resignamos al hecho de que “quizá merecemos todas las cosas malas que nos han pasado”.
Pero yo creo firmemente que nadie está lejos de ser redimido y restaurado por Dios, a pesar de que esta creencia algunas veces parece todo un desafío.
La historia de Jacob, en Génesis 25-35, es prueba de que somos más que la suma de nuestros errores, y que nuestro pasado no nos define. “Jacob” significa “aquel que sujeta el talón”. Se le dio ese nombre porque al nacer salió del vientre sujetando el talón de su hermano gemelo. Pero la palabra hebrea también significa “engañador”.
En nuestra cultura, conocemos más de una persona por su profesión que por su nombre. Si yo le digo a alguien “mi nombré es José”, esto no le dirá mucho acerca de mí. Pero si le digo “soy pastor”, la persona sacará algunas conclusiones sobre quién soy y cómo debería actuar. Como nota al margen quiero agregar que mi nombre coreano es Sung Woong que significa “héroe sagrado”.
Pero en la cultura de Jacob, el nombre de una persona revelaba la esencia de su alma. Uno sabía quiénes eran y que serían. ¿Qué es un nombre? Para Jacob y su pueblo lo era todo.
Jacob vivió de acuerdo a su nombre ¿o sería esto una profecía? Pasó un buen tiempo de su vida engañando, trampeando y embaucando a la gente. A su hermano mayor, Esaú, le robo su primogenitura y la bendición de nacimiento. Es por esto que Esaú le reclamo a su padre “¡Con toda razón le pusieron (por nombre) Jacob!” (Génesis 27:36, NVI).
Cierto, en esencia Jacob no era nada más que un estafador, como la gente dice hoy “un vendedor de autos usados”, sin ofender a nadie.
Jacob sabía quién era, ¿cierto?
En esas noches en que no podía dormir y su mente iba a la deriva, debió haber pensado en todas las cosas malas que hizo, ¿verdad?
Jacob le robó a su hermano la primogenitura.
Engañó a su padre, Isaac, para que le diera la herencia de Esaú.
Estafó a su suegro con el ganado y le atribuyó a Dios la riqueza que amasó (Génesis 30:37-43).
Debió haber habido momentos en que puso en duda su moralidad…
Lo que la gente conoce más acerca de Jacob es que luchó con Dios (Génesis 32:22-32). En ese episodio, la historia cuenta que Jacob volvía para encontrarse con su hermano por primera vez desde el tiempo en que le robó la herencia. Jacob tuvo que huir porque Esaú había jurado matarlo. Mientras Jacob esperaba ansioso su destino, un hombre se le apareció y empezó a luchar con Jacob (del todo normal).
Al fin de la lucha, el desconocido (que creemos era Dios) le pidió a Jacob que lo dejara ir. Pero Jacob se rehusó hasta que lo bendijese. Así que Dios le preguntó cómo se llamaba para poder bendecirlo.
Esto va más allá que simplemente preguntar “¿Cuál es tu nombre?” ya que Dios sabía de antemano su nombre.
Creo que Dios quería que Jacob pronunciara su nombre como una confesión. Tenía que confesar quién era y dejar en claro su maldad. Es posible que para Jacob el confesar fue algo más doloroso que la muerte misma.
Todos conocemos a gente que preferiría morir que admitir que han hecho mal. (Si no conoces a nadie que sea así en tu vida, quizá seas tú…)
Está no fue la primera vez que a Jacob le preguntaron cómo se llamaba. Al principio de su historia, Jacob se acercó a Isaac disfrazado como Esaú. Como Isaac estaba viejo y ciego, le preguntó “Dime, hijo mío, ¿quién eres tú?” Isaac no estaba seguro de quién estaba junto a él, Jacob o Esaú.
“Soy Esaú, tu primogénito”, le respondió Jacob (Génesis 27:18-19).
Y ahora, después de haber luchado con el desconocido, le preguntaron otra vez su nombre.
Quizá Jacob realmente quería esa bendición.
Quizá ya estaba cansado de ser como era.
Pero en la presencia de Dios, Jacob dijo “me llamo Jacob”, que esencialmente es lo mismo que decir “soy un engañador”. Los que leemos la historia de Jacob esperamos que después de la confesión se hubiese dado algún tipo de justicia. Jacob admitió todas las cosas malas que hizo, cosas que perjudicaron a otros, todas las mentiras que dijo en la presencia de Dios. Se debería haber hecho justicia. Así que, lo que Dios dice a continuación sorprende a quienes buscan justicia.
Dios le responde: “Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido” (Gen. 32:28 NVI).
Esta es una promoción. Jacob pasó de ser un “engañador” a ser “el que luchó con Dios y con hombres, y venció”. ¡¿Qué?! Esto nos soprende.
Pero este intercambio captura la esencia de la gracia de Dios.
Dios te ve.
No tus acciones del pasado.
No lo que hiciste.
No tu remordimiento.
Dios no ve tus limitaciones sino tu capacidad.
Dios ve la belleza en medio de los defectos que tú ves en ti.
Dios te ve como si él fuese un artista que admira una obra que le tomó mucho tiempo hasta que al final pudo decir: “Es buena”.
Dios te llama por tu verdadero nombre.
Joseph Yoo se mudó de la costa oeste para vivir feliz en Houston, Texas, con su esposa e hijo. Sirve en Mosaic Church, Houston. Visite josephyoo.com.
[Publicado 19 de noviembre 2019]