Cuando uno mira desde las montañas cerca de El Paso, Texas, es imposible darse cuenta que el complejo metropolitano que uno ve realmente son dos ciudades diferentes, en dos países diferentes. Sin la ayuda de mapas que le indiquen a uno algunos puntos de referencia, la frontera que separa a El Paso, en los Estados Unidos, de la Ciudad de Juárez, en México, es casi invisible. Al mirar a la ciudad desde la altura en un caluroso día de julio, no podía discernir exactamente a qué ciudad estaba mirando. No sabía si miraba a “mi” país o “su” país, “mi” hogar o “su” hogar. Sabía que la frontera estaba allí, pero no podía hacerme una idea de dónde estaba la frontera.
El panorama que veía desde la ventana de mi vuelo no me ofrecía una perspectiva clara. Sólo veía una ciudad. No podía precisar si los vecindarios allá abajo pertenecían a los Estados Unidos o a México. Tampoco podía precisar si la gente en autos que parecían matchbox era americana, mexicana, hondureña o guatemalteca.
Me pregunto si Dios experimenta este tipo de confusión cuando mira hacia abajo a toda la humanidad. ¿Es ese niño Americano? ¿Es este otro guatemalteco? Me pregunto si a Dios le importa esta confusión.
Pero cuando uno está cerca del suelo de El Paso, uno puede ver que los límites son bien claros. Cuando uno está cerca, se da cuenta de la frontera. Pero todavía estaba confuso en cuanto a quién pertenecía a qué lado. Los límites existen alrededor de los centros de detención para inmigrantes y en la frontera. La confusión surge al tratar de definir a quién se le permite cruzar los límites, quién está dentro y quién está fuera, quién es “nosotros” y quién es “ellos”.
¿Quiénes son los “ellos”?
Según Repairers of the Breach, hay unas 17,000 personas en busca de asilo que están en la frontera de México y los Estados Unidos esperando ser admitidas. La mayoría de quienes buscan asilo huyeron de sus hogares a causa de las condiciones violentas y hostiles que experimentaban. Se convirtieron en inmigrantes en busca de una existencia pacífica.
Mientras estaba en El Paso escuché el testimonio de dos hermanos que venían huyendo de Guatemala a los Estados Unidos porque se rehusaron a ser reclutados en una pandilla. Estuvieron detenidos por dos meses en un centro de detención de los Estados Unidos. Lo que experimentaron en dicho centro hace eco de otras historias: A menudo se les dio de comer un burrito de microondas al día. Tenían acceso limitado a los baños y suministros de aseo personal. Aunque no es un crimen buscar asilo, los que buscan asilo son puestos en condiciones de castigo mientras están detenidos.
No obstante, muchos que buscan asilo consideran los lugares de detención como un progreso. Los Estados Unidos ha puesto en marcha la política “quédense en México”. En lugar de ser llevados a lugares de detención, los que buscan asilo tienen que esperar en México hasta que su situación sea procesada para que reciban audiencia en una corte de los Estados Unidos. En El Paso, esto significa esperar por meses en Juárez, donde los inmigrantes temen sufrir la misma violencia, secuestro y tráfico sexual que los impulsó a huir de sus hogares al principio.
Además, los que buscan asilo pueden enfrentar otro obstáculo. Una nueva ley de los Estados Unidos dicta que quienes buscan asilo deberán solicitarlo primero en otro país. Esta ley transfiere el problema de las autoridades de nuestro país a las autoridades de México para que éstas determinen quién califica para cruzar a nuestro país.
¿Quiénes son los “nosotros”?
Los textos sagrados de las religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islam) dan claras instrucciones de cómo los fieles deben tratar a los inmigrantes y refugiados que están en su medio. Consideremos algunos ejemplos:
Cuando algún extranjero se establezca en el país de ustedes, no lo traten mal. Al contrario, trátenlo como si fuera uno de ustedes. Ámenlo como a ustedes mismos, porque también ustedes fueron extranjeros en Egipto. Yo soy el SEÑOR y Dios de Israel. (Lv. 19:33-34 NVI)
Él defiende la causa del huérfano y de la viuda, y muestra su amor por el extranjero, proveyéndole ropa y alimentos. Así mismo debes tú mostrar amor por los extranjeros, porque también tú fuiste extranjero en Egipto. (Deut. 10:18-19 NVI)
Trata de igual manera al extranjero que no pertenece a tu pueblo Israel, pero que atraído por tu fama ha venido de lejanas tierras. (En efecto, los pueblos oirán hablar de tu gran nombre y de tus despliegues de fuerza y poder.) Cuando ese extranjero venga y ore en este templo, óyelo tú desde el cielo, donde habitas, y concédele cualquier petición que te haga. Así todos los pueblos de la tierra conocerán tu nombre y, al igual que tu pueblo Israel, tendrán temor de ti y comprenderán que en este templo que he construido se invoca tu nombre. »SEÑOR, cuando saques a tu pueblo para combatir a sus enemigos, sea donde sea, si el pueblo ora a ti y dirige la mirada hacia la ciudad que has escogido, hacia el templo que he construido en tu honor, oye tú desde el cielo su oración y su súplica, y defiende su causa. (1 R. 8:41-45 NVI)
Al leer estos textos sobre nuestro llamamiento común, un imán llamó a un pastor que a su vez llamó a un rabino. El imán Omar Suleiman le pidió al Rev. Dr. William Barber que juntara gente de Repairers of the Breach y de la campaña Moral Monday para que llamaran la atención a cómo se violaban estos mandamientos bíblicos en la frontera. El Rev. Barber respondió juntando a otros líderes de fe, incluyendo al rabino Rick Jacobs, presidente de Union for Reform Judaism. Bajo la dirección de Border Network, fijaron un tiempo para centrarse e intervenir en El Paso los días 28 y 29 de julio de 2019. Esto fue lo que me hizo venir a El Paso.
Como gente de fe compartimos una misión que se bosqueja en estos textos y otros más. La misión es cuidar del inmigrante y refugiado al punto de tratarlo como uno de los nuestros. Los textos citados borran la distinción entre “nosotros” y “ellos”. Varias veces durante el tiempo que estuve en El Paso, escuché una cita del sacerdote salvadoreño Oscar Romero que comunicaba la idea de los textos bíblicos: “Cada uno de ustedes es nosotros”.
Nuestra meta al visitar El Paso puede resumirse en otras palabras de Oscar Romero: “Cada uno debe ser el magnavoz de Dios”. Esperamos amplificar un mensaje de cuidado y preocupación para que se escuche más allá de todas las fronteras. Al mismo tiempo, esperamos enviar un mensaje a la gente de fe de los Estados Unidos, un mensaje que llama la atención a las condiciones de sospecha y rechazo que existe en la frontera. Como lo dijo el Rev. Barber, “No puedo creer que si la gente de nuestro país viera lo que nosotros hemos visto de primera mano, no se producirá una indignación masiva”.
Si hacemos esto una actividad multirreligiosa y multiétnica, el mensaje es claro: no hay un “nosotros” y “ellos”. Buscamos estar unidos en cuidar unos de otros. Cuando uno sufre, todos sufrimos. Nos duele que tanta gente esté detenida en condiciones insalubres o que enfrente decisiones respecto a cuál situación de violencia podría ser la más tolerable.
Así que marchamos el 29 de julio en masa hacia el centro de procesamiento de la Policía de Inmigración y Aduanas (ICE) de El Paso. En este centro hay un campo de detención. A la entrada pedimos permiso para entrar a fin de dar cuidado pastoral a los detenidos. Reconociendo que los oficiales que detienen a los inmigrantes también se sienten mal en sus almas, pedimos poder entrar para orar y hablar con ellos también. No se nos concedió la entrada y nos sentimos un poco abatidos, pero con la confianza de que nuestro mensaje continúa resonando.
La quietud con la que dejamos en centro de detención contrastaba con el estado de ánimo que teníamos cuando empezamos nuestro tiempo juntos la noche anterior. Cuando nos juntamos por primera vez, cantamos y dimos de palmadas. Nos tomamos de la mano y nos abrazamos. Hay gozo cuando estamos juntos. Esperamos que al haber expuesto el dolor que sentimos cuando nos mantenemos separados unos de otros produciremos un mayor gozo al borrar las fronteras caprichosas que nos mantienen separados.
Desde la altura por sobre El Paso, la frontera no tiene importancia. Desde la perspectiva de Dios casi no existe. Sólo de cerca se convierte en un gran obstáculo. Es allí donde la frontera se convierte muy humana. Es allí donde vemos de primera mano a gente de carne y hueso que está siendo castigada por políticas punitivas y deshumanizantes.
Muchos de nosotros vivimos cientos y miles de millas de la frontera. A la distancia la frontera pierde nuestra atención. Pero el dolor que allí se sufre es real. Se está causando daño a la gente. Al partir los organizadores de este evento en El Paso prometieron volver y seguir regresando a fin de seguir siendo el megáfono de nuestra preocupación por los refugiados e inmigrantes, para evitar que se hagan invisibles.
Nuestro espíritu está inquieto. Nadie está en paz cuando otros sufren. Nuestra paz volverá cuando nos demos cuenta de que en el sufrimiento no hay “nosotros” y “ellos”. Cada uno de ellos es nosotros.
Ryan Dunn es ministro de Online Engagement for Rethink Church. Vive en Nashville, Tennessee, con su familia. Es diácono de la Iglesia Metodista Unida. No se olvide de visitar su podcast.
[Publicado 1 de agosto]