Hubo un tiempo cuando quise ser “normal”.
Durante el tiempo que viví en Columbia, Carolina del Sur, lo “normal” era ser rubio de ojos azules. Lo “normal” era pedirle a mi mamá que me diera un almuerzo para “gente blanca” después de que mis compañeros de escuela se burlaron de mí por comer la comida coreana que mi mamá me puso en la lonchera. A los 10 años de edad, lo “normal” era orar a Dios pidiendo que me haga blanco para que pusiese ser… normal.
Ya he superado el deseo de ser “normal”, principalmente porque ¿qué es “normal”? Básicamente es una idea de lo que es aceptable para la mayoría de la sociedad o comunidad en la que uno vive.
¿Qué es normal?
Lo normal es aburrido.
Lo normal ha sido sobreestimado.
Aunque los deseos por ser “normal” (amoldarme) han desaparecido, hay momentos en que deseo lo “normal” para mi hijo, quien está dentro del espectro autista.
Me preocupa su futuro. Me pregunto cómo lo tratarán sus compañeros cuando esté en la secundaria (middle school), ya que los jóvenes de secundaria parecen venidos del Infierno. ¿Cómo le irá en la vida en general? ¿Logrará hacerse de amigos? ¿Será capaz de vivir en forma independiente? ¿Qué hará cuando su madre y yo ya no estemos en este mundo?
Si mi hijo fuera “normal”, todavía me preocuparía de estas cosas… pero no con tanta intensidad.
Honestamente, incluso ha habido algunos momentos en los que he deseado que sea normal para mi comodidad. Quizá el ser papá sería un poco más fácil… Pero cada vez que estos pensamientos negativos vienen a mi mente, Dios me muestra algo a través de mi hijo para recordarme cuán tontos son mis pensamientos y de cuán hermoso es mi hijo.
Por lo general, no como desayuno. Pero una mañana, decidí comer un poco de cereal y acompañar a mi hijo. Cuando me senté en la mesa junto a él con mi tazón de cereal, se llenó de alegría. Empezó a aletear con sus brazos con mucho entusiasmo e intensidad que me pareció que ya iba a volar.
“¡Qué lindo que vas a comer cereal conmigo!” repetía.
Mostraba tanto gozo… Eran la siete de la mañana, no había tomado mi café y, sin embargo, no pude más que reírme con él. El gozo es verdaderamente contagioso, incluso si uno no es una persona mañanera. Me senté pensando qué precioso momento experimentaba. Si él fuese “normal” quizá no habría reaccionado con tanto gozo.
La lección que mi niño me enseñó es la de encontrar gozo en todo, particularmente en las cosas pequeñas. Él es un pequeño realmente lleno de gozo. Y espero que lo siga siendo como adulto.
La otra lección que me ha enseñado muchas veces es que se ha sobreestimado lo normal. Lo normal realmente no existe.
Sé tú mismo porque tú eres una persona hermosa, maravillosa y muy amada.
Joseph Yoo vive en Houston, Texas, con su esposa e hijo. Sirve como pastor asociado en First United Methodist Church Pearland. Visite josephyoo.com
[Publicado 13 de julio 2018]