La gente tiene una opinión desatinada de la confesión.
A menudo se le asocia con algo negativo –como cuando un policía trata de que un sospechoso confiese, o cuando una mamá trata de que su niño confiese que rompió el vaso y que no fue el gato.
O la gente piensa en la Iglesia Católica y los confesionarios donde alguien viene y en la oscuridad empieza a decir “Padre, perdóneme porque he pecado”, para después recitar una lista de pecados. Al menos eso es lo que he visto en la televisión sobre la confesión.
¿Cuál es realmente el sentido de la confesión?
¿Por qué necesitamos confesarnos? Especialmente cuando se nos dice que Dios lo sabe todo.
No sólo se siente incómodo sino que se siente como absurdo. ¿Por qué decirle a Dios lo que ya sabe?
La confesión es sólo el primer paso.
Se supone que la confesión lleva al arrepentimiento, pero muchas veces nos quedamos sólo con la confesión (si es que alguna vez nos confesamos).
Oramos que nuestra vida es un desastre; admitimos cuán desastrosa es y qué fue lo que arruinamos, para después seguir con nuestra vida sintiéndonos un poco más livianos.
Después de confesar, deberíamos tomar el siguiente paso: arrepentirnos. (Ajá! otra palabra que la iglesia usa y que se mal entiende.)
Cada vez que oigo la palabra “arrepentirse” fuera de la iglesia (y algunas veces dentro de la iglesia), es en el contexto de alguien gritándome que si no me arrepiento me iré al infierno: “¡Arrepiéntete o serás quemado! ¡Arrepiéntete pecador!”
Qué manera de hablar del amor es decirle a alguien que se irá la infierno.
¿No deberían los predicadores estar diseminando las buenas nuevas?
Me parece que la idea de “buenas” se pierde en el mensaje de “arrepiéntete o te vas al infierno”.
Pareciera que fuese algo duro pero el verdadero arrepentimiento es un concepto hermoso. La palabra hebrea que se usa para “arrepentirse” sólo significa “volver”.
¿Volver a qué?
El arrepentimiento es volver a la vida a la que estabas destinado a vivir. Cuando uno le pide a una persona que se arrepienta, no estamos tratando de asustarlos con el infierno. Uno la está animando, urgiendo y diciéndo que vuelva a la vida para la cual fue creada.
Cierto, decidiste vivir para ti y lo arruinaste todo. Pero esa no es la vida que se supone deberías vivir.
No fuiste creado para transitar este camino limitado en el que la esperanza continúa muriendo cada día. Fuiste creado para mucho más.
¡Despierta! Y vuelve al camino para el que fuiste creado. Vuelve a la vida que deberías vivir. Vuelve al camino que da vida, propósito y significado.
Pero no podremos caminar ese camino si no confesamos. La necesidad de la confesión no surge de alguna imposición legalista o porque “Dios lo dijo” o porque la Biblia lo demanda, sino porque confesar es admitir “oh, metí la pata”. El camino a la integridad empieza reconociendo nuestro quebrantamiento.
La confesión nos permite empezar el proceso de ser íntegros otra vez. Pero es muy fácil promover la confesión como un mecanismo de auto ayuda. Ocurre que si no damos el siguiente paso (arrepentimiento), la confesión es sólo un intento de deshacernos de la culpa.
Si confesamos pero no nos arrepentimos, sólo lograremos volver a cometer los mismos errores una y otra vez. Metemos la pata. Decimos “Dios perdóname” porque él tiene que perdonarnos. Después cuando nos aliviamos un poco de la culpa, volvemos a cometer los mismos errores.
Pero la confesión lleva al arrepentimiento. La verdadera confesión lleva al cambio verdadero. La verdadera confesión nos ayuda a dejar ese camino limitado para movernos hacia la vida para la cual fuimos creados.
Es muy posible que la confesión no tenga sentido para muchos porque no dan el siguiente paso. Quienes usan la confesión sólo como un mecanismo para aliviar la culpa no deberían confesar sino ser honestos con Dios, y decirle:
Dios, lo siento por meter la pata. Pero tengo que ser honesto contigo, voy a seguir haciéndolo. No estoy listo para cambiar todavía. #lolamentoperonololamento.
Al menos esto es honesto.
Es posible que este tipo de honestidad deje cierto espacio en tu corazón como para convertirse en un llamado que te hará ver que lo que tu alma busca es el cambio. La verdadera confesión siempre lleva a un cambio verdadero.
El fin de la confesión es la reconciliación.
Todavía hay otro paso en el camino de la confesión: la reconciliación. No sólo debemos confesarnos con Dios, sino que debemos confesar a la persona que hemos herido.
El confesar a Dios es fácil porque no podemos discernir bien cómo es que Dios nos llama a cuentas. ¿Pero qué de confesar a la persona que hemos herido? Esto es difícil porque esa persona nos llamará a cuentas de verdad. Nuestros errores se vuelven reales. Los efectos de nuestro pecado se ven tal como son. Pero esto es el comienzo de la sanidad y la reconciliación. Así empieza el proceso del perdón y la restauración. Nos ayuda a enmendar lo que rompimos. Esta es la parte más difícil de la confesión –confesar a otro ser humano. Pero no podemos sanar sin este paso.
La confesión lleva al arrepentimiento que, a su vez, lleva a la reconciliación. Cuando seguimos este mapa, es imposible evitar el cambio. Esta es la razón de por qué la confesión produce cambio verdadero.
¿Hay algo que necesitas confesar? Quizá estás exhausto de vivir en el mismo ciclo de errores. Quizá te preguntas cómo podrás salir de este círculo vicioso. Quizá la confesión genuina sea el camino para empezar una nueva vida.
La confesión te guía a una nueva vida y a un nuevo yo. Pero realmente no es algo “nuevo” porque es la vida para la cual Dios te creó.
Joseph Yoo vive en la costa oeste en Houston, Texas con su esposa e hijo. Sirve como pastor asociado de la Primera Iglesia Metodista Pearland. Te invitamos a que leas más de lo que escribe en josephyoo.com
[Publicado 27 de febrero, 2019]