Era pastor cuando traté de suicidarme y acabar con mi vida. Tenía 28 años, cinco años de matrimonio y padre de un pequeño. Nadie se dio cuenta de mi depresión, lo que ocurre a menudo. Había sido una estrella en mis estudios, siempre amistoso con los extraños y haciendo lo mejor que podía para que todos se sintieran bien. Nací para ser pastor. ¿Qué pasó?
“SI NO TENEMOS UNA TEOLOGÍA QUE ABRACE LA ENFERMEDAD MENTAL, NUESTRO DIOS ES MUY PEQUEÑO" –WILLIAM PAUL YOUNG, AUTOR DE THE SHACK.
Fui criado como un “buen pequeño” bautista, después me convertí en un devoto pentecostal. También experimenté las secuelas del suicidio de mi tía 15 años antes, y escuché lo que la gente de la iglesia murmuraba durante el funeral. Escuché la respuesta del pastor cuando mi mamá preguntó: “Cuando alguien se suicida, ¿se va al infierno?” He visto a equipos de gente tratando de expulsar al demonio de la depresión cuando alguien mencionó que sufría de depresión. Y también he escuchado a cristianos de buena voluntad decirle a la gente con depresión que tienen que escoger ser feliz.
En el seminario, luché con la idea de que hay un demonio detrás de cada arbusto. Conocí mucha gente que sufría y que ciertamente no parecía estar endemoniada. Si el estar deprimido o con problemas mentales es indicación de estar poseído por el demonio, entonces hay un montón de gente que pasa por lo mismo. Adoraba a mi tía y estaba seguro de que no estaba endemoniada. Simplemente estaba quebrantada, exhausta e incomprendida. Estaba dolida, tal como lo están las 44,193 personas en América que se suicidan cada año.
Llegué a entender exactamente lo que mi tía sintió por tantos años. Era pastor y quería morir. Todos pensaban que yo había llegado a la cumbre. Me sentía demasiado avergonzado para decirles que todo el mundo se me había caído encima. El 21 de septiembre de 2012, un día antes del cumpleaños de mi hijo, todos mis secretos salieron al aire. Yacía al borde de la muerte en la unidad de cuidado intensivo. Cuando lograron estabilizarme, me enviaron a la unidad de psiquiatría para recibir terapia intensa y medicamentos. A través de toda mi recuperación, una de las preguntas más punzantes fue “¿volveré a encontrar mi lugar en la iglesia otra vez?”
Cuando dejamos la pequeña iglesia bautista donde servía cuando traté de matarme, no estaba seguro de lo que pasaría con la relación que siempre tuve con la iglesia. Pensaba que la iglesia de Jesucristo era la esperanza del mundo, ¿pero era la esperanza de un pastor que se sentía fracasado? ¿A dónde va por consuelo la persona que se siente un fracaso como hombre, esposo y cristiano?
Durante mi anterior cargo de pastor, conocí a un ministro de música que viajaba con una banda musical. Era sociable y amable, y creí que yo le caía bien. Era un ministro metodista. Sabía que de vez en cuanto bebían alcohol, así que no podía ser todo negativo. Logré tener el valor de llamar a este conocido que se había convertido en amigo. Nos sentamos en Starbucks y le revelé todo lo que había en mi corazón. Le conté todo. La vergüenza, y los secretos feos y profundos que había venido guardando por casi 30 años.
Me invitó a la iglesia. Y por primera vez, no fui invitado por mis habilidades musicales y de oratoria. Fui invitado para ser parte de una comunidad que me amaría en el medio de mi dolor. Este amigo mostró en la práctica las palabras de Jesús en Mateo 11:28-30.
“¿ESTÁN CANSADOS? ¿ESTÁN AGOBIADOS POR LA RELIGIÓN? VENGAN A MÍ. VÉNGANSE CONMIGO Y RECUPERARAN SU VIDA. LES ENSEÑARÉ CÓMO DESCANSAR DE VERDAD. CAMINEN CONMIGO Y TRABAJEN CONMIGO. FÍJENSE CÓMO LO HAGO. APRENDAN EL RITMO NO OBLIGADO DE LA GRACIA. NO IMPONDRÉ SOBRE USTEDES NADA PESADO O MAL ADAPTADO. SIGAN CONMIGO Y APRENDERÁN A VIVIR CON LIBERTAD Y ALEGREMENTE.”
No me predicó. No me aconsejó que escogiera el gozo. Ni siquiera trajo su Biblia al Café. Lo que Benjamín me ofreció ese día fue el regalo de su amistad: un lugar seguro donde descansar mi cabeza. Me dio la oportunidad de contarle mi historia con toda honestidad, sin que sintiera miedo a ser rechazado.
Mi familia pasó casi todo el año asistiendo a la iglesia de Ben para descansar. No nos unimos al liderazgo. No hicimos gran cosa. Tal como mi tía en aquellos años, estábamos quebrantados, exhaustos e incomprendidos. Lo que encontramos allí fue seguridad, bondad y aceptación.
Históricamente, la gente ha entendido mal la enfermedad mental. Podemos hacer cambios. Los deprimidos no necesitamos que seas nuestro psiquiatra. Ya tenemos uno. No queremos que trates de arreglarnos. Ni siquiera necesitamos que nos entiendas, aunque te amamos por tratar. Todo lo que necesitamos es que te sientes junto a nosotros cuando estamos tristes o heridos o sin palabras. Es bueno que nos digas que Jesús nos ama pero sería mejor que nos muestres amor y aceptación. Invítanos “a venir tal cual somos”, y dilo sinceramente. Lo que el deprimido necesita es un amigo o amiga.
¿Eres el tipo de amigo o amiga que realmente se esfuerza por entender? ¿Estás dispuesto o dispuesta a sentarte con el que sufre sin emitir juicios?
Para quienes sufren de depresión, hay gente que quiere entenderte y caminar junto a ti. The National Alliance on Mental Illness ha compilado una lista de grupos de apoyo. Es muy posible que haya iglesias en el área donde vives que están preparadas para caminar contigo.
Si tú u otra persona necesita apoyo ahora mismo, llama a National Suicide Prevention Lifeline a los siguientes números: 1-800-273-8255, o envía un texto a “START” to 741-741.
Steve Austin es uno de los anfitriones del programa de CXMH: A Podcast at the Intersection of Christianity and Mental Health. También es el autor best-seller From Pastor to a Psych Ward. Steve también tiene un sitio web donde a menudo entrega su opinión. Visita iamsteveaustin.com Steve vive en Birmingham, Alabama con su esposa Lindsey y sus dos niños.