Esta es la confesión del quien fue un sabelotodo.
Nunca he sido tan inteligente o sabio como lo era el día antes de graduarme de la escuela secundaria o liceo. Ese día sabía todo lo que uno necesita saber. Sabía cómo funciona el mundo. Sabía cómo hacer amigos e influenciar a la gente. Sabía los secretos del contentamiento y la felicidad. Sabía lo que era mejor para mí. Sabía… sabía… sabía.
Como casi un refrán, con frecuencia le repetía a mis bien intencionados pero entrometidos padres: “ya lo sé, Mamá. Ya lo sé, Papá. Oigan, ya lo sé. Ya lo sé”.
Después vino la graduación. Estoy seguro que durante la ceremonia de graduación se ofrecieron palabras de inspiración. Los oradores probablemente nos dieron buenos consejos. Pero no les puse atención. No necesitaba escuchar: ya lo sabía. Y este fue, amigos míos, el principio de mi caída. Allí empezó el descenso en espiral hacia la ignorancia y la necedad. El momento en que decidí que había alcanzado la cima del conocimiento fue el momento en que arrojé mi vida en una trayectoria en la que nunca más pude estar seguro de saber algo.
El momento en que me rehusé a admitir que no sabía fue el momento en que garanticé que nunca lo haría.
Años después llegué a ser pastor de jóvenes. ¿Qué mejor ocupación para un sabelotodo? Pocos temas son tan difíciles como la teología. Pocas personas son más difíciles de educar que los adolescentes. No hay nada más atractivo para un sabelotodo que un grupo y temas difíciles. Después de todo, ¿quién más podría proveer de significado y entendimiento profundos a estas vidas vacías e ignorantes? El ser pastor de jóvenes ofrecía una gran oportunidad para mi sabiduría. Era un llamado que no podía dejar pasar.
Recuerdo uno de mis primeros eventos con jóvenes. Entregaba el mejor sermón del mundo. Realmente bueno. Sabía que nadie demostraría tanto conocimiento. Era como si Jesús estuviese sentado a la diestra de Dios tomando notas de lo que yo decía. Cuando terminé, el lugar quedó en silencio. Estaba seguro de que había sobrecargado la sinapsis de los cerebros en desarrollo de mi auditorio. Quería ayudar a que los estudiantes procesaran lo que habían oído y proveerles acceso adicional a mi sabiduría universal, de modo que pregunté si había alguien que tuviese preguntas.
Claro que había preguntas. Alguien levantó su mano. Una voz rompió el silencio: “Si Dios puede hacer cualquier cosa, ¿podría Dios crear un burrito tan picante que ni siquiera Dios podría comerlo?
En momentos en que no hay claridad alguna, uno puede pretender tener conocimiento por medio de responder una pregunta con otra pregunta.
Uno debe intentarlo. Hace que uno parezca muy sabiondo.
Funciona muy bien en conversaciones espirituales porque Jesús usó este método (aunque Jesús hacía preguntas no porque no sabía, sino porque quería que otros entendieran –lo cual difícilmente es el caso con el sabelotodo). Pero en esta oportunidad, no se me ocurrió ninguna cosa. El estudiante hasta usó lenguaje de género bastante neutral, lo que me impidió preguntar algo como “¿podría Dios ser un ‘él’ o ‘ella’ o ninguno de los dos?”
La respuesta que di fue: “Sí… y no. ¿Alguna otra pregunta?” Realmente no respondí ninguna cosa.
La verdadera respuesta era: “no sé”.
En los días siguientes, encontré que la habilidad de Dios para crear burritos es un tema difícil de investigar y razonar. La palabra “burrito” no aparece en la concordancia bíblica. No hay testimonio bíblico respecto a cuál es la preferencia divina respecto a los burritos. Todavía no sé si Dios pueda hacer un burrito tan picante que ni siquiera Dios podría comerlo.
Soy un ignorante, lo admito. Mi antigua persona de 18 años se habría sentido defraudada. Con los años me he puesto más tonto. Como Bob Dylan lo dijo en “My Back Pages”: “Era mucho más viejo entonces. Ahora soy mucho más joven”.
La fe requiere cierto grado de conocimiento. Pero jamás seremos capaces de descifrarlo todo en cuanto a la vida, el Espíritu y Dios.
Para algunos esto podría ser un problema. En cada uno de nosotros hay un sabelotodo. Es como un pájaro cantor que vive enjaulado y que busca escapar para cantar alabanzas a nuestro glorioso conocimiento. Nos encantaría tener todas las respuestas. Nos encantaría que otros lo supieran. Aparentamos estar en control. De modo que, cuando la fe sugiere que no todo puede razonarse o saberse, nos sentimos intranquilos.
Quizá hay una forma de razonar el asunto del burrito. Estoy seguro que la hay (¡¿vieron lo que acabo de hacer?!). Pero en esto momento para mí no tiene importancia, porque el sabiondo se ha bajado del pedestal. Ahora está bien el tener preguntas. Está bien no saber todo lo que se podría saber… y me encanta la idea de averiguarlo.
Jesús dijo que el reino de los cielos pertenece a quienes son como niños (Mateo 19:14). Por lo general, los niños preguntan sin temor de parecer ignorantes o “fuera de control”. Es sabio hacer preguntas. Es sabio admitir que no lo sabemos todo. Quizá esto es lo que Jesús quería decir.
Por tanto, ojalá podemos ser más jóvenes que ayer, como decía Dylan. Estemos abiertos a hacer preguntas para escucharnos unos a otros. Nos gustaría pasar un tiempo haciendo preguntas todos juntos. Les invito a considerar algunas de las preguntas que hacen los niños y que también hagamos nuestras propias preguntas.
¿Qué le preguntarías a Dios?
Vamos, pregunta. Es sabio hacer preguntas. Estoy seguro de que Dios no se va a sentir porque tú le hagas preguntas difíciles.
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Ryan Dunn ya no es un sabelotodo. Sabe algo de los Chicago Cubs y de Star Wars. También sabe algo del cristianismo, y esto a través del entrenamiento académico y algunos años sirviendo como pastor de jóvenes en iglesias metodistas unidas. En estos días está aprendiendo a ser papá, esposo y ministro en el movimiento Rethink Church.