Personal pero no privada

Me parece que en algún punto del camino hicimos de la fe cristiana algo más privatizado y personal de lo que se quería originalmente.

Usted debe haber escuchado expresiones como estas (y quizá usted mismo las ha dicho):
En tanto que tenga a Jesús, estoy bien.
Soy solo yo y Jesús.
Jesús es mi Señor y Salvador personal.

Este tipo de expresiones hacen nuestro mundo y perspectiva algo muy limitado y pequeño. Es parte de la naturaleza humana tener tendencias tribales, mirar hacia adentro y preocuparnos de la sobrevivencia y bienestar de nosotros mismos. Pero el movimiento de Jesús no sólo es contracultural sino que va en contra de la tendencia a privatizar.

No quiero minimizar la importancia de la salvación personal o menoscabar la necesidad de aceptar a Jesucristo como Señor y Salvador personal. Pero me parece que nuestra fe ofrece más que una salvación personal y privada.

Para empezar, me parece que esta tendencia hace que nuestra fe se convierta en algo egocéntrico y preocupado de sí mismo. Es como si sólo tuviera que cuidar de mí mismo. Lo único que me preocupa es mi relación con Jesús y no me voy a preocupar por otros. Quizá si me preocupo de mi relación con Jesús, esto me guiará a preocuparme de la relación que otros tienen con Jesús.

Esto nos fuerza a orientarnos más hacia dentro y ser más excluyentes. En lugar de centrarnos en cómo ayudar a la gente de nuestro vecindario o de otras partes del mundo, nos preocupamos sólo de nuestras necesidades. Empezamos a creer que debemos centrarnos en nuestras necesidades porque en tanto que tenemos a Jesús estamos bien.

Si sólo tengo que preocuparme de mí mismo –que en tanto que tenga a Jesús estoy bien– siento que el más grande mandamiento sólo habría sido “ama a Dios con todo tu ser”.

(Des)afortunadamente, Jesús dijo que el más grande mandamiento era doble: Ama a Dios y ama al prójimo.

No creo que Dios jamás quiso que su pacto fuese para el individuo. Cuando Dios llamó a Abram (Génesis 12), la bendición que Dios le dio fue:

Haré de ti una nación grande, y te bendeciré;

haré famoso tu nombre, y serás una bendición.

Bendeciré a los que te bendigan

y maldeciré a los que te maldigan;

¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra! (Gen. 12:2-3 NVI)

 En la bendición y llamamiento de Abraham, Dios no sólo incluye a su familia o a su tribu, o a su nación, sino a todas las familias de la tierra.

Cuando somos bautizados, no somos bautizados para ingresar a nuestra propia salvación, sino para unirnos a la comunidad de cristianos. El aislamiento y la privatización son algo imposible cuando se trata de Jesús.

El bautismo no nos pone en un estado privilegiado que nos hace mejores (o más santos) que los no bautizados. El bautismo efectúa algo distinto: nos lleva donde está Jesús.

¿Dónde está Jesús? Richard Rohr dijo que la lealtad de Jesús no está en la tribu, país, nacionalidad o partido político. “Jesús es siempre leal al sufrimiento humano, más que a cualquier grupo o religión. Es allí donde lo encontramos”.

La encarnación de Jesús lo trajo en la forma más precisa posible en medio de la humanidad con todo su quebrantamiento, pecaminosidad, dolor, sufrimiento y estiércol. De la misma forma, el ser bautizado en Cristo nos pone precisamente en medio de la misma humanidad. Entramos en todo lo que es esa humanidad a la vez que nos sumergimos en la profundidad del amor de Dios.

El Dr. Martin Luther King dijo: “La injusticia en cualquier lugar es una amenaza a la justicia en todo lugar”. En forma similar, Rowan Williams escribió: “lo que afecta a un cristiano, afecta a todos, lo que afecta a todos, afecta a cada uno” (Being Christian, Rowan Williams).

Bautizarse es estar con Jesús. Y estar con Jesús, como dice Rowan Williams, “es estar donde se encuentran el sufrimiento y dolor humanos, y es estar con otras personas que están invitadas a estar con Jesús”.

Parte de nuestro llamado es ir más allá de nuestras necesidades y las necesidades de nuestra tribu. Estamos conectados, no solo a Jesús sino a aquellos que son invitados a venir a Jesús, esto es, a todos. Como lo dijo Andy Stanley: “Todos son importantes para Dios, incluso si Dios no les importa a ellos”.

Porque somos bautizados, todos son importantes para Dios, y también deben ser importantes a nosotros, incluso si nosotros no les importamos a ellos. Por tanto, debemos pensar que en tanto que tengo a Jesús, debo asegurarme de ayudar a que los demás estén bien.

Se trata de mí, Jesús y todos.


Joseph Yoo se mudó de la costa oeste para vivir en Houston, Texas, con su esposa e hijo. Sirve en Mosaic Church in Houston. Para más información, visite josephyoo.com.

[Publicado 18 de junio, 2019]

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