¿Qué la asusta? ¿Arañas, altura, desilusionar a su madre?
Esos son miedos comunes.
A veces el miedo nos paraliza. Otras veces, el miedo nos impulsa a actuar. Con frecuencia, la diferencia entre un miedo paralizante y un miedo motivador es saber qué hacer con nuestro miedo.
La fe nos provee de un lugar donde llevar nuestro temor.
¿Sin temor?
En 1736, Juan Wesley se embarcó en un viaje misionero a América. Mientras viajaba de Inglaterra a Norte América, una tormenta golpeó el barco. La vela se rompió y el agua empezó a meterse debajo de la cubierta. Wesley y sus compatriotas empezaron a gritar y a encogerse de miedo.
Pero un grupo de misioneros moravos se dispuso a orar y a cantar himnos.
Wesley nos relata los detalles en su diario:
“En medio del Salmo con el cual empezaron su servicio, el mar azotó el barco, destrozó la vela y cubrió el barco con agua, como si el gran abismo lo estuviese tragando. Los británicos empezaron a gritar. Los alemanes (moravos) siguieron cantando calmados. Después pregunté a uno de ellos, ‘¿Acaso no estaban asustados?’ Me respondió: ‘¿Gracias a Dios, no?’ Le pregunté: ‘¿Pero qué de sus mujeres y niños?’ Me respondió suavemente, ‘¿No, nuestras mujeres y niños no tienen miedo a morir?’”
Más adelante, Wesley observó que no era que no estuviesen asustados de la tormenta. Era de Dios que no estaban asustados.
El amor echa fuera el temor
1 Juan 4:17-18 nos dice que los que confían en el amor de Dios no tienen nada que temer de parte de Dios: “En el amor no hay temor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha sido perfeccionado en el amor”.
Este versículo no afirma que el amor echa fuera todos nuestros temores. Es probable que el amor de Dios no afecte nuestro miedo a las arañas y políticos corruptos. Pero nada tenemos que temer de Dios. Este amor es alentador, porque creemos que Dios tiene la última palabra en todo.
Este conocimiento le daba paz a los moravos en medio de la tormenta. No estuvieron más seguros que el resto de los pasajeros de que no les pasaría nada malo. Por cierto, que podrían haberse hundido. Pero no tenían miedo de que esta terrible experiencia los separara del amor de Dios. Sabían que Dios los amaba.
Habiendo llegado a puerto, Wesley le preguntó al pastor moravo qué podría hacer para tener esa fe. El Rev. Spangenberger le respondió: “¿Conoces a Jesucristo?”
Es fue una pregunta mordaz de parte del pastor moravo: Le preguntaba no solo si conocía acerca de Jesús, sino si Wesley realmente confiaba en Jesús. ¿Confiaba Wesley completamente en el amor redentor de Dios a través de Jesús? En aquel tiempo la respuesta de Wesley fue “no”. La reacción de miedo que tuvo en el barco lo perseguía.
Los moravos demostraron que confiaban. Confiaban que el amor de Dios tendría la última palabra.
Fe durante el miedo
La diferencia en las reacciones hacia la tormenta fue la fe. Wesley y sus compatriotas quedaron paralizados porque no sabían dónde llevar sus temores. Los moravos sabían cómo llevar su temor a la fe.
Este conocimiento y seguridad es lo que capacita a gente como el Rev. Dr. Martin Luther King Jr. y el sacerdote Oscar Romero a cambiar el mundo y a continuar el trabajo de justicia a pesar del miedo a ser asesinados. Es el mismo tipo de seguridad que permite que los misioneros enfrenten el peligro o las situaciones desconocidas con la esperanza de llevar el amor de Dios al prójimo. Es la seguridad que capacita a los profetas de hoy a decirle la verdad a los que están en el poder, a pesar del temor a las represalias.
Todos tienen miedo, pero el llevar el miedo a la fe nos permite creer que nuestro temor no tendrá la última palabra. El amor de Dios tiene la última palabra.
Hoy tenemos muchos temores. Temor a las arañas, enfermedades contagiosas y racismo sistémico.
Primeros pasos
¿Cómo empezamos a llevar nuestro miedo a la fe?
La tradición nos provee de las palabras cuando éstas nos faltan. Los moravos que iban en el barco en que Wesley viajaba (1736) lo reconocieron. Usaron las palabras de los himnos y los salmos para reaccionar a sus temores. Quizá recitaron juntos el Salmo 27, que dice:
El SEÑOR es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré?
El SEÑOR es el baluarte de mi vida; ¿quién podrá amedrentarme? (Salmo 27:1, NVI)
Quizá cantaron canciones parecidas a un himno de 1876, “It Is Well with My Soul” (= mi alma está bien), que también se escribió en una tragedia marítima:
Sea cual sea mi destino, tú me has enseñado a saber queestá bien, está bien con mi alma.
El apoyarse en la tradición nos recuerda que el camino que hoy seguimos, otros ya lo recorrieron. Otros también hay ido por las sombras del temor como lo hacemos hoy.
Desearía poder escribir que la fe significa que no tenemos nada que temer de las arañas o el racismo sistémico, pero no diría la verdad. Estas cosas son peligrosas y lo mejor sería evitarlas (arañas) o erradicarlas (racismo).
Lo que sugiero es que la fe nos provee de un refugio para nuestros temores, un medio para colocarlos detrás de la seguridad del amor de Dios que nos promete tener la última palabra. Es la seguridad de que la bondad es real y está presente en el mundo. Que nada tenemos que temer de parte de Dios, y que el amor de Dios a su tiempo hará que todas las cosas sanen.
Ryan Dunn, es ministro de involucramiento por la web de Rethink Church, un departamento de Comunicaciones Metodistas Unidas, Nashville, Tennessee. Ryan es padre, esposo y peregrino espiritual Contáctese por email.