Por Juan Feliciano
Según, Lucas 24:13-35, dos de los seguidores de Jesús iban a Emaús, un pueblo a once kilómetros de Jerusalén. Mientras conversaban, Jesús se les acerca y empieza a caminar con ellos. Empiezan a conversar, y ellos le comparten la tristeza que sentían de que hubiesen matado a Jesús, el profeta de Nazaret. Los caminantes también le expresan su desilusión, pues esperaban que Jesús fuese el libertador de Israel.
Cuántas veces nos hemos sentido cansados, derrotados y atribulados. Los caminantes se regresaban a su casa derrotados.¿Cómo nos sentimos hoy? A veces tenemos mucho interés de encontrarnos con Jesús. Hay momentos difíciles en los cuales no encontramos explicación al desánimo. Miramos al cielo buscando a Dios.
¿Cuál será nuestro interés hoy? ¿Estamos cansados del camino?¿Cuál es nuestra expectativa delante de Dios? Los caminantes interpelaron a Jesús porque, al parecer, no estaba enterado de lo que había pasado en Jerusalén en relación a la muerte de Jesús. Pero los discípulos estaban tan ensimismados con sus quebrantos y temores que no pudieron reconocer quién era el hombre que se les había unido en el camino.
¿Nos pasará a nosotros lo mismo? ¿Tenemos nuestros ojos cerrados o abiertos para reconocer a Jesús en el camino? Jesús se nos une en nuestro caminar, pero debemos reconocerlo.
En muchas ocasiones, nos hemos sentido despreciados por nuestra comunidad. Muchas personas se sienten que nadie las toma en cuenta. Hay personas que sienten el abandono que Jesús sintió en la cruz. Los caminantes se sentían abandonados. ¿Cuántas veces nos hemos sentido angustiados y cansados de hacer el bien y seguir a Jesús? ¿Cuántas veces nos hemos sentido cansados de esperar en Dios, desesperados porque no llega la respuesta que estamos esperando?
Pero Jesús se unió a los caminantes en el camino, para cambiar su realidad. Jesús transforma los acontecimientos. Cuando Jesús aparece en escena, todo cambia. ¡Aleluya! ¿Estamos listos para dejarle "aparecer" en escena hoy en nuestro teatro de la vida? Él nunca llega tarde, ni se va con prisa.
¿Para qué murió y resucitó Jesús? Para cambiarlo todo, para ti y para mí. Para todos los que creen, Cristo resucitó con un propósito divino: crear una comunidad de fe viva en mutualidad con el Señor y entre ellos mismos. Una comunidad que ofreciera un testimonio vivo de la paz. Una comunidad que se atreviera a cantar: ¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Decirle al mundo que ¡Allí envía Jehová bendición y vida Eterna!
Cleofas y el otro discípulo recibieron a Jesús en su hogar casi sin saberlo. Ese ardor del corazón les decía que era Jesús, quién entró y cenó con ellos. Jesús también nos invita a cenar con él en nuestros corazones. ¡Que tremendo este Jesús, verdad! En el caso de los discípulos, Jesús hizo como que se iba, pero los discípulos le insistieron que se quedase con ellos, pues era de noche. Juntos compartieron el pan. Fue en ese momento que ocurrió algo especial: sus ojos fueron abiertos. ¿Tendremos algo que aprender de esto nosotros hoy? ¡Jesús, quédate un poquito más con nosotros! ¿Acaso no es esto lo que debemos decir?
El impacto de cenar con Jesús produce un cambio excepcional sobre nuestras vidas. Somos llamados a ser portavoces de la gracia de Dios. Cristo nos comisionó para que prediquemos el evangelio de arrepentimiento y perdón de pecados a todas las naciones. ¿Cómo hubiésemos podido predicar las Buenas Noticias de Salvación, si el autor de la vida, de la salvación y el perdón hubiese quedado muerto en la tumba fría? ¡Imposible!
Jesús dijo: "Yo soy la puerta; el que entre por esta puerta, que soy yo, será salvo. Se moverá con entera libertad, y hallará pastos" (Jn. 10:9). Jesús es la puerta de la salvación. ¿Cómo podríamos mostrar una puerta abierta e invitar a la gente a entrar, si Jesús se hubiese quedado en el "más allá"? ¡Imposible! ¿Cómo invitar a la humanidad a entrar, a ser salvos y hallar pastos verdes, si Jesús hubiese permanecido en la tumba y la última palabra hubiese sido "muerte"? ¡Imposible!
Jesús dijo: "yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia". (Jn. 10:10) ¿Cómo podríamos creerle a Jesús, si el no tuviese vida sino muerte para ofrecernos? ¡Imposible! En Cristo hay vida y vida en abundancia. ¡Para eso resucitó Jesús!
Jesús es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan 1:29). ¿Cómo podríamos aceptar el perdón de nuestros pecados, si el Cordero de Dios, que fue inmolado, hubiese quedado preso de la muerte? ¡Imposible! Su Sangre fue derramada para el perdón de nuestros pecados. Pero Jesús tenía que resucitar y vencer la muerte, porque si así no hubiese sido, entonces sería imposible recibir el perdón por nuestros pecados.
Así que les invito, con las palabras del Apóstol Pedro: "Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor" (Hechos 3:19). Fue por nuestras culpas y rebeliones, pecados y ofensas, faltas y deudas, por nuestra incredulidad e idolatría, y por nuestra bajeza, que Cristo murió en la cruz. Pero nadie lo obligó, fue voluntariamente... porque nos amó hasta el final.
Dios resucitó a Cristo para hacernos conscientes de que podemos encontrar perdón y salvación en él. Rendirse a Jesús, arrepintiéndonos de nuestros pecados y aceptando el perdón que nos ofrece Jesús, es la única esperanza y salvación que nos queda a los seres humanos. Desde la cruz vacía, desde la tumba vacía, nos llama Jesús a reconciliarnos con Dios.
¿Para qué murió y resucitó Jesús? Porque no se puede buscar entre los muertos al que vive: ¡No está allí, resucitó! Vamos a Jesús, al que vive, para encontrar vida en abundancia.
Si te sientes alejado de Dios, Jesús, el eterno caminante está pasando por aquí. ¿Quieres invitarlo a cenar contigo, para que se quede? "Yo quiero," es lo único que tienes que decir: ¡Yo quiero, Jesús, que entres en mi vida.
--Rdo. Juan G. Feliciano, pastor de la Iglesia Metodista de Puerto Rico Obispo Fred P. Corson.
el Intérprete, marzo-abril, 2008
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¿Para qué murió y resucitó Jesús?
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