Por Diana Rodríguez
"O supongamos que una mujer tiene diez monedas de plata y pierde una. ¿No enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?" -Lucas 15:8 NVI.
Hasta muy recientemente, la iglesia solía permanecer callada cada vez que se hablaba de los problemas del medioambiente. En su artículo, "Los cristianos y la ecología", Ray Bohlin dice que hay muchos cristianos que creen que ellos no tienen el deber de solucionar los problemas del medioambiente, sino otros individuos y entidades, especialmente cuando hay tantos otros problemas que requieren nuestra atención inmediata. Pero, ¿podemos seguir justificando esta actitud, cuando los medios masivos de comunicación nos bombardeaban a diario con noticias de desastres ambientales, de calentamiento global y de especies en peligro de extinción, entre muchos otros fenómenos que, por cierto, nos hablan del abuso humano del medioambiente? ¿Por qué los cristianos no podemos decir nada ni hacer nada ante los serios problemas y crisis que afectan nuestra morada natural, nuestra naturaleza, el mundo en que vivimos, nada menos que la creación entera?
En los evangelios, Jesús nos cuenta la parábola de la moneda perdida, la historia de una mujer que perdió una de sus diez monedas de mucho valor y, entonces, salió a buscarla con todas sus ganas. Se ha interpretado que las monedas de esta parábola son regalos, talentos o bendiciones que Dios ha puesto en nuestras manos para que los disfrutemos pero también para que los administremos y compartamos responsablemente. ¿Por qué no pensar que nuestro medioambiente es una de esas bendiciones, una de esas preciosas monedas que Dios nos ha dado para gozar, compartir y proteger responsablemente?
Los cristianos debemos reconocer nuestra sagrada responsabilidad para con nuestro planeta y sus criaturas, todos esos seres con los cuales vivimos estrechamente relacionados. Además, tenemos que reconocer que nuestro planeta está sufriendo como nunca antes en la historia, debido al uso abusivo de sus recursos naturales así como a nuestra dejadez, que nos lleva a pensar que si hay algún problema ecológico, pues que es problema de otros, no nuestro.
Para usar la imagen de la mujer de la parábola, es tiempo de que nosotros también pongamos en orden nuestra casa hasta recuperar algo muy valioso que habíamos perdido en medio de tanto desorden mental y moral: ¡nada menos que la belleza y el bienestar de la creación!
Aquí debemos recordar que la palabra ecología, es decir, la ciencia que estudia la interacción entre los seres vivientes y su medioambiente natural, viene del término griego "casa", "vivienda" u "hogar" (oikos). Es la ciencia que se preocupa del orden de nuestra propia morada para que ninguna de sus bendiciones y beneficios se pierda de vista. Según el relato bíblico de la creación, en el libro de Génesis, Dios creó esta "casa", y la creó "buena". Pero lamentablemente allí donde Dios nos manda que la "llenemos y sojuzguemos" entra en juego nuestra arrogancia y terminamos pensando que "sojuzgar" nos da permiso para hacer lo que se nos antoje con nuestro planeta y nuestros recursos naturales, y entonces abusamos de ellos.
Al igual que la mujer de la parábola, debemos esforzarnos por recuperar algo de inmenso valor que hemos extraviado, y pronto. Para eso tenemos que poner en orden nuestros propios hábitos mentales: tenemos que "barrer" de nuestras mentes y de nuestra espiritualidad la noción tan peligrosa de que la destrucción de nuestro medioambiente es un problema ajeno. Nunca es tarde para comenzar a barrer la casa hasta encontrar nuestra moneda perdida.
--Diana Rodríguez es secretaria ejecutiva de Desarrollo Organizacional de la División de Mujeres de la Junta General de Ministerios Globales.
Artículo producido por la Oficina de Recursos en Español de la Junta General de Ministerios Globales de la Iglesia Metodista Unida.
el Intérprete, enero-febrero, 2009