Por Rev. Joshua Warner
En lo que va de 2019, hemos visto 283 balaceras masivas. En un período de 24 horas el 3 de agosto, un hombre armado entró a un Wal-Mart, en El Paso Texas, y otro fue a un club nocturno en Dayton Ohio, para traumatizar las vidas de muchas personas y matar a unas 31 personas, todos hijos e hijas de Dios. Los sobrevivientes han quedado con traumas y dolor inconmensurables por la pérdida de seres queridos.
La masacre ha terminado pero los efectos de la violencia en la salud mental de los sobrevivientes los seguirán horrorizando por mucho tiempo y quizá por siempre. Quienes experimentaron esta violencia de primera mano sufren ansiedad, depresión y trauma emocional.
Sin embargo, el trauma no se limita a quieres fueron afectados directamente por la enajenación de estos actos violentos. Todos lo sufrimos. Los reporteros que cubren las tragedias y los que nos enteramos de la mortandad por medio de los medios de comunicación.
Cada balacera adicional perpetúa el trauma de todos. Desde Columbine nos hemos convertido en un país sobre vigilante, renuentes a involucrarnos en la comunidad por miedo de que seamos víctimas de la siguiente tragedia. Mucha gente lo piensa dos veces antes de ir al centro comercial; evitan ir a los conciertos o a eventos comunitarios en que se juntan miles de personas.
Nuestros niños no están inmunes al trauma, sino que son profundamente afectados por estos actos terroristas. El cerebro de un niño no se desarrolla del todo hasta que la persona llega a los veinte años. Cuando observan o se enteran de estas tragedias, tienden a experimentar ansiedad, imágenes retrospectivas, miedo e ira, y hasta depresión. Todo esto son síntomas de TEPT (Trastorno por Estrés Postraumático) que pueden durar por muchos años.
De 1995 a 1997, el Center for Disease Control (CDC) hizo un estudio en el que participaron 17,000 personas, a fin de precisar el trauma causado en los niños y su futuro. Se encontró que “las experiencias adversas de la niñez” causan deterioro cognitivo, conductas de riesgo, enfermedad y longevidad disminuida. En otras palabras, el trauma afecta significativamente el futuro de la persona.
No sólo los eventos traumáticos perpetúan este daño, sino que la forma en que las escuelas responden después de las balaceras masivas. Muchas escuelas de nuestro país practican regularmente ejercicios de emergencia para enfrentar a terroristas armados. Ahora que los niños vuelven a la escuela, muchos padres han comprado mochilas a prueba de balas. Estas son cosas que jamás habríamos imaginado hace algunas décadas.
Nuestros cuerpos no están preparados para soportar semejante estrés. Dios nos llama a amar y apoyarnos unos a otros en medio de las tragedias. Como padres y adultos que apoyan a los niños de nuestra comunidad, tenemos la responsabilidad de ayudar a los jóvenes a procesar las tragedias y de ayudarlos a vivir vidas libres de la sobrevigilancia a la que nos estamos acostumbrando como resultado de la violencia.
Primero, tenemos que estar siempre al alcance de nuestros hijos. Tenemos que escuchar lo que dicen y cómo se sienten. Tenemos que responder a sus preguntas y ser honestos considerando la edad que tienen. Al conversar con ellos, debemos asegurarles que los amamos, que Dios los ama y que están seguros.
Segundo, debemos mantener un ambiente normal en nuestras rutinas diarias. Esto incluye limitar el acceso a la televisión y otros medios sociales y de comunicación. Una vida normal incluye participar en deportes y otras actividades como ir a la iglesia.
Tercero, debemos reconocer que los eventos traumáticos pueden ocurrir muy de cerca. Las balaceras masivas son sólo una de las formas en que nuestros niños experimentan la violencia armada. Algunas comunidades tienen pandillas activas que perpetúan la violencia armada y los asesinatos. Cuando el amigo de un niño o cuando un pariente es víctima de la violencia armada, debemos ayudar a procesar este trauma.
Por último, debemos mantenernos conectados a la comunidad y la iglesia para trabajar juntos y apoyarnos unos a otros en la búsqueda de sanidad de estas tragedias.
En tiempos como estos, nuestros niños necesitan saber que los amamos en una forma incondicional, que como comunidad de fe los mantendremos seguros, que seguiremos cuidándolos en el hogar, la escuela y la iglesia, y que abogaremos por leyes de control de armas para que todos vivamos seguros.
El Rev. Joshua Warner sirve como ministro de cuidado pastoral en la Iglesia Metodista Unida Faith, en Phoenix, Arizona. Joshua tiene una Maestría en Divinidad en cuidado pastoral de United Theological Seminary y una Maestría en educación de adultos de Colorado State University. Además de server a la iglesia local, Joshua trabaja en la comunidad pública como administrador de casos de niños en gran necesidad, jóvenes de alto riesgo y sus familias.
[Publicado 14 de agosto, 2019]