Por Emilio Müller
Muchas veces hemos oído decir: "Hay más dicha en dar que en recibir" (Hechos 20:35). Esta declaración contiene una condición implícita. Todos entendemos que ninguna persona puede dar, si primero no ha recibido. Tomemos en cuenta que primero se nos debe enseñar que dar es una acción positiva y de bien, incluso para nosotros mismos. El ser humano, por sí mismo, es altamente posesivo y egoísta. Esto lo vemos en los niños, cuya frase prominente llena los salones de los jardines infantiles: "¡Esto es mío!" Todos recordamos que tuvimos que descubrir que para disfrutar verdaderamente de todo lo que nos rodea, debemos compartir con otros.
Sin embargo, nos toma mucho tiempo comprender este razonamiento en forma completa. Esta realidad incluye a todos los miembros de las iglesias de cualquier denominación o vertiente teológica. Vivimos en una sociedad que nos entrena para velar siempre por nosotros mismos. A cada instante se nos reta "a ser el número uno", "a subir la escalera del éxito". Es así que buscamos alcanzar más poder y control sobre el mundo que nos rodea. Esto no nos deja ver las mil maneras en que recibimos tantas bondades de parte de Dios. Ya no vemos al prójimo a nuestro derredor.
Veamos ejemplos de lo que recibimos cada día: Si maestros y mentores no compartieran de sí mismos con nosotros, seríamos iletrados e incapaces de salir de las cadenas de la ignorancia. Estaríamos incapacitados de usar los recursos que el mundo ofrece, ni podríamos hacer una contribución significativa a la sociedad.
Si el gobierno no nos proveyera de un medio ambiente seguro, viviríamos bajo constante peligro al caer bajo la violencia, la anarquía y la ley del más fuerte. Si los médicos y enfermeras no nos brindaran su cuidado, nuestras vidas sufrirían de problemas de salud insuperables.
Los que creemos en Dios como Creador, Sustentador y Redentor, consideramos que está con siempre con nosotros desde el momento de la concepción. Esto es lo que la fe proclama, aunque la gran mayoría de los seres humanos "¡se acuerdan de Santa Bárbara solo cuando truena!", como decimos en Cuba. En otras palabras, solo en medio de la crisis gritamos "Dios, ayúdame, tú que eres tan bueno". Pero después de recibir su ayuda, seguimos adelante sin prestar ninguna atención a lo que dijéramos anteriormente.
Pareciera que tratamos con más agradecimiento al camarero del restaurante que al Dios de quien lo recibimos todo. Somos malagradecidos, oportunistas, manipuladores y personas de bajo carácter y de poca palabra. Sabemos cuán bueno es recibir pero no sabemos cómo dar.
Es vital entender que el concepto de dar surge en su más pura esencia de la gratitud, del ser agradecidos. Esa es la idea clave.
El mundo natural nos enseña que todo receptor debe también ser un emisor, debe dar curso a lo que recibe. Si esto no ocurre, se produce una transformación negativa. Por ejemplo, si se bloquea una pequeña área a la orilla del mar, el agua del océano que llegó a dicho lugar no podrá volver al mar, quedándose estancada. Esto produce una transformación negativa. La vida comienza a desaparecer y las aguas estancadas comienzan a evaporarse, dejando un sedimento de sal. Esto es lo que sucede en las áreas donde se forman las salinas, donde a dos pasos del lugar hay vida marina abundante, pero no en las salinas.
Algo similar ocurre en la vida humana. Cuando seguimos diciendo "mío, mío, mío" nos vamos secando, la vida nos va abandonando lentamente hasta desaparecer en nuestro egoísmo y amor a nuestra avaricia. Solo cuando compartimos lo que recibimos, la vida continúa y es enriquecida. Cuando nos apegados a las cosas, terminamos convirtiéndonos en pilares de sal. Si recibimos, debemos dar. La gratitud da paso al compartir. Porque solo cuando damos, damos y damos es que estamos consientes de cuánto recibimos.
--Rdo. Emilio Müller
el Intérprete, marzo-abril, 2010