Hace dos años, desperté de una operación abdominal de emergencia. La cirugía removió de mi interior un tumor del tamaño del libro “Harry Potter” en tapa dura. El doctor me dijo que tenía un cáncer raro, agresivo e incurable. Después de sufrir todo un año de quimioterapia, estoy de vuelta trabajando como pastor.
No puedo expresar cuán agradecido me siento.
Me identifico con lo que Pablo le dice a la iglesia de Filipos. Quizá me siento así porque Pablo se fue a encontrarse con el Señor después de escribir esta carta.
Pablo y yo tenemos mucho en común.
Al igual que Pablo, sé lo que es estar necesitado (de sanidad).
Como Pablo, sé lo que es tener muy poco (de esperanza).
Como Pablo, sé lo que es tener en abundancia (de preocupaciones, miedo y remordimiento, y abundancia de dolor, y también el dolor de las cuentas de los doctores).
Como Pablo, sé lo que es tener hambre (de alguna buena noticia), y como Pablo en su carta, tengo mucho por lo que estar agradecido.
A mi iglesia
Sé que cuando la vida nos trata en forma horrible la gente cree que es original o “valiente” quejarse de la religión institucional. Me parece a mí que tal actitud es una queja demasiado fácil para ser cierta o demasiado deprimente, si es cierta.
Los filipenses alimentaron a Pablo, quien se encontraba en una prisión romana cuando les escribió. El dinero que los filipenses le enviaron lo capacitó para comprar comida, porque los romanos no proveían de alimento a los reclusos. El prisionero requería de algún benefactor que lo alimentara o simplemente sufría hambre.
Al igual que la iglesia de Filipos, mi congregación nos ha hecho mucho bien a mí y a mi familia. Nos han alimentado, y han orado por nosotros y con nosotros. Nos han ayudado a pagar las cuentas médicas y se han sentado con nosotros en el hospital. Estuvieron presentes para sostenerme cuando me desmayé en la sala de quimioterapia, y no se quejaron cuando vomité en sus vehículos.
Mi colega, el pastor Dennis Perry, estuvo con nosotros la noche que nos dieron la noticia de que tenía cáncer. Oró con nosotros aquella mañana de la operación, y ha estado con todos nosotros durante los tratamientos y me ha tomado de la mano a través de esta nueva situación.
La iglesia ha hecho más de lo que yo podría pagar y, honestamente, esto ha sido para mí más difícil que las pastillas antimicóticas que los doctores me hicieron tomar para controlar una infección.
La verdad es que no me gusta recibir regalos. Detesto sentir que le debo algo a alguien. Antes de esta experiencia, cada vez que alguien me daba un regalo, de inmediato me ponía a pensar qué podía darle a cambio, a fin de nivelar la situación y equilibrar nuestra relación.
En otras palabras, soy un tipo que siempre contabiliza el debe y el haber.
El cáncer me enseñó que cuando uno piensa en las relaciones personales en términos de créditos y débitos, es muy posible que uno esté haciendo lo mismo en su relación con Dios. De modo que, uno piensa en la deuda que tiene con Dios por el pecado. Algo que jamás podremos pagar. Uno podría temer que quizá uno se merece la desgracia que le ha llegado. Alguien podría contar todo lo bueno que uno ha hecho por Dios y pensar que quizá Dios está en deuda con uno. Entonces uno se enojaría por el mal que sufre.
Durante toda mi vida, me ha sido terriblemente difícil recibir la generosidad de otros. Y de repente me dio cáncer y la iglesia respondió dándome mucho. Así que me preocupaba pensando cómo les podría pagar.
Pero sería imposible escribir tal cantidad de tarjetas de agradecimiento o preparar tantas comidas. Tampoco quiero que alguien vomite en mi automóvil.
Traté de pagarle a uno de mis benefactores llevándolo al médico para una vasectomía, pero como él me tomó de la mano durante el procedimiento, ahora ya no quiero hacer lo mismo por nadie más.
¿Cómo podré repagar todo lo que me han dado? ¿Cómo equilibrar la balanza?
No podré repagar todo lo que han hecho por mí.
Y lo que han hecho por mí no es lo más importante que han hecho a mi favor.
Durante este horrible cáncer incurable no he podido llegar a decir, como lo hizo Pablo, “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
Cuando uno tiene cáncer, todos –todos y cada uno– le dicen a uno: “dale de puntapiés al cáncer”. Lo cierto es que es el cáncer quien lo patea a uno. Durante todo este tiempo me he sentido agotado, espiritualmente agotado.
Al igual que Bilbo Baggins, “me he sentido delgado y estirado como mantequilla esparcida sobre demasiado pan”.
No perdí la fe pero dejé de sentir mi fe, y la expresión de Pablo “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, me suena como un cliché vacío.
Quizá tenga algunas cosas en común con Pablo y los filipenses, pero no con la parte que dice “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
A menos que…
A menos que, cuando Pablo dice “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, no habla del Cristo que está en el cielo, sino que se refiere al cuerpo de Cristo, la iglesia: “todo lo puedo porque ustedes me fortalecen”.
Después de todo, el Cristo que al principio del evangelio declara “yo soy la luz del mundo”, es también quien le dice a sus discípulos: “ustedes son la luz del mundo”.
Y cuando profesamos “creo en el Espíritu Santo”, afirmamos que Jesús no es una figura del pasado, ni una promesa futura, sino que está aquí y ahora con nosotros. No hay un Cristo “allá arriba” porque él está aquí y ahora.
Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. (Filpenses 4:13)
De modo que, quizá…
Quizá cuando Pablo dice “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, no quiere decir “todo lo puedo en base a mi fe en Cristo”.
Quizá no quiere decir “todo lo puedo a través de mi fe en Cristo”. Quizá no quiere decir “todo lo puedo lograr por el poder de mi oración personal”.
Quizá Pablo está hablando acerca de ustedes, la iglesia. Habla acerca de la oración de ustedes, de su fidelidad, de su compasión y cuidado. Habla de ustedes. Es el cuerpo de Cristo que me ha fortalecido. Todo lo puedo gracias a ustedes.
Si esto es lo que Pablo quiere decir, entonces no se trata de un dicho incauto, sino que es una afirmación de fe, algo que puedo afirmar, lo mismo que mi esposa y mis hijos.
Podemos soportarlo todo porque la iglesia ha estado con nosotros. Más que todas las cosas que ustedes han hecho por nosotros, ustedes han estado con nosotros.
Tal como Sam Wells observa, “con” quizá sea la palabra más importante. En la Biblia, la palabra “con” es más importante que “a favor de”.
El Evangelio de Juan afirma que el Verbo “estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir. (Jn. 1:2, 3 NVI).
En otras palabras, antes de cualquier cosa había un con. Lo que existía era ese con entre Dios y el Verbo, el Padre y el Hijo. La Biblia afirma que “con” es lo más fundamental acerca de Dios. De modo que, al final de la Biblia, cuando se habla de nuestro destino final, una voz declara desde el cielo: “¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios” (Apoc. 21:3 NVI).
Según la Biblia, “con” es la palabra que describe el corazón de Dios y la naturaleza de los propósitos de Dios y el plan de Dios para nosotros. Toda la vida, acción y propósito de Dios están formados para que él esté con nosotros.
Por experiencia propia yo sé que estar con alguien no es hacer cosas para alguien. Estar con tiene que ver con estar presente. Estar con es participar, es asociarse.
Me parece que a esto se debe que, al final, Pablo no le agradece a los filipenses por todo lo que han hecho por él. Leamos otra vez. Pablo nunca les agradece por el dinero que le enviaron o por las comidas que le proveyeron. No, más bien les agradece por participar en sus luchas, les agradece por estar junto a él: “han hecho bien en participar conmigo en mi angustia” (Fil. 4:14). Hicieron bien en mostrarse solidarios en mis sufrimientos. Hicieron bien en compartir mi dolor y aflicción. Hicieron bien cuando compartieron las preocupaciones de mi esposa, y en los temores de mis hijos. Hicieron bien en hacer mi cáncer el cáncer de ustedes.
Gracias por estar conmigo.
Gracias por compartir mi angustia.
Jason Micheli es pastor ejecutivo de la Iglesia Metodista Unida de Alexandria, VA. Es autor del libro Cancer is Funny: Keeping Faith in Stage-Serious Chemo. También participa en Crackers and Grape Juice podcast, y escribe Tamed Cynic blog. Micheli vive en Washington DC con su esposa Ali y sus dos hijos.
Publicado 9 de noviembre, 2017