Cuando servía en Hawái, me concentré del todo en nutrir y hacer crecer la iglesia que se me había encomendado. Además, siempre me preocupaba de alcanzar a la comunidad.
Recuerdo que un día estaba totalmente entregado a la preparación de un estudio bíblico para la iglesia. El texto era “Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos —le respondió Jesús—, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza” (Mateo 8:20 NVI). De pronto me sentí completamente estancado en mi estudio.
La línea que seguía sonando en mi mente era “pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza”.
Jesús decía que no tenía hogar.
Pensé en toda las gente que no tiene un techo sobre su cabeza, gente a la que no le prestaba atención de camino a la iglesia para adorar a un Dios desposeído. Esto no sonaba bien.
Es cierto que nuestro ministerio juvenil iba a ministrar a los pobres. Una vez al mes hacíamos emparedados para dárselos a los que no tienen hogar. Pero eso sonaba más como una transacción que un acto de compasión.
Aquí tienes un sándwich, nos vemos.
Después continuábamos con nuestra rutina diaria, orgullosos del “bien” que hicimos en la mañana. Pero no intercambiamos información (como nuestros nombres) y no compartimos historias.
Como nuestra pasión y propósito era fortalecer los ministerios dentro de la iglesia, estos proyectos de servicio se sentían como simples proyectos. Algo que hacer para hacernos sentir bien en cuanto al servicio de nuestra comunidad.
Realmente sentíamos que Jesús se ocuparía de “ellos” para que nosotros podemos velar por nosotros mismos.
En medio de esta lucha por despejar una traba que no me dejaba escribir, escuché la pregunta: ¿Quién fuera de la iglesia sabe que sigues a Cristo?
Me puse muy defensivo por lo que escuchaba en mi mente pero no podía dar una respuesta.
Sabía que como iglesia desfigurábamos nuestra existencia al centrarnos sólo en nuestro propio bienestar.
Algo tenía que cambiar. Tenía que empezar en mí… lo que me llevó a una visita improvisada al barrio chino tarde en la noche. Es allí donde mucha gente sin hogar vive en Hawái.
Había estado allí muchas veces. Pero siempre en la mañana para llevar emparedados con algunos jóvenes.
El barrio chino lucía diferente de noche.
Caminaba sin parar porque realmente no sabía qué estaba haciendo allí. Pero sabía que debía estar allí.
De repente desperté de mi trance de miedo y confusión cuando alguien me pidió 90 centavos. Le pasé los 3 dólares que tenía para sentarme y pasar un momento juntos. Aceptó con alegría. Nos sentamos y conversamos. Su nombre era Reid. Me contó su historia y me preguntó qué hacía yo en ese lugar. Le expliqué que honestamente no tenía idea pero que estaba contento de conocerlo.
Nuestra conversación tocó el tema de la fe y Dios y cómo su fe nunca había vacilado, incluso al vivir en la calle. Para mi sorpresa y vergüenza, me ofreció orar por mí (pues sabía que era pastor).
Por el resto del tiempo que trabajé en Hawái, dediqué todos los jueves en la tarde para visitar a Reid, quien finalmente me enseñó cuán equivocado estaba mi ministerio. Pensaba que mi única responsabilidad era cuidar de mi iglesia y rebaño. Pensaba que como iglesia lo único que teníamos que hacer era asegurarnos que nuestra fe era firme y que sentíamos fervor y entusiasmo por Dios.
Entendíamos bien la primera parte del gran mandamiento: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón. Pero no entendíamos nada de la parte B del gran mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
La fe está incompleta si no amamos al prójimo.
La fe no sólo tiene que ver con cuidar de nosotros mismos. Nuestra fe es cuidar del cuerpo de Cristo, y todos somos parte del cuerpo de Cristo.
Los sacramentos del bautismo y la Eucaristía nos abren los ojos y los corazones para ver que no se trata sólo de nosotros, jamás es sólo acerca de nosotros. Cuando somos bautizados, se nos introduce a la comunidad de todos los que creen en Jesús. No se trata sólo de mí y Jesús, se trata de mí y Jesús y ellos y tú y todos los prójimos.
No tomamos la eucaristía o comunión a solas sino que juntos unos con otros Y con todos nuestros prójimos porque todos están invitados a la mesa de Cristo. Parece que Jesús siempre busca ser hospitalario con otros.
Gran parte de nuestra retórica se centra en nosotros. Es una retórica tribal. El lema “América Primero” no es un valor cristiano sino un valor patriótico que debe ser reemplazado con la parte B del gran mandamiento: Ama a tu prójimo.
El Espíritu de Cristo nos empuja a mirar más allá de nosotros mismos. Cristo nos compele a mostrar amor en lugares donde es difícil encontrar amor. El amor de Cristo nos guía a lugares que no queremos ir. Las palabras de Cristo nos recuerdan que no tenemos derecho a ninguna cosa sino que se nos confían las cosas, de modo que debemos ser buenos mayordomos de todo lo que Dios nos ha confiado, incluyendo la tierra, la creación de Dios.
Juan 3:16 afirma que Dios ha amado tanto al mundo que tuvo que intervenir. Debemos seguir la guía de Dios y amar al mundo –a toda la creación de Dios– e intervenir como la presencia encarnada de Jesucristo.
Cristo tuvo que llevarme a una caminata en el barrio chino y al encuentro con Reid, un hombre desposeído, para mostrarme al mundo que necesita a Cristo más allá de mi tribu y el lugar donde me diento confortable.
Joseph Yoo se mudó de la costa oeste para vivir en Houston, Texas, con su esposa e hijo. Sirve en Mosaic Church, Houston. Visite josephyoo.com.
[Publicado 17 de septiembre, 2019]