En el cristianismo, hay una pregunta que a menudo persiste en la mente de los creyentes:
“¿Cuánto puedo pecar y ser todavía un buen cristiano?
Por favor, no me digan que soy el único que ha levantado esta pregunta, jugando el juego de: “Está bien, Dios me va a perdonar de todas maneras”.
Las trampas de la gracia barata
Este es un juego peligroso que viene acompañado de la idea de que el perdón de Dios absolverá cualquier transgresión. Este fenómeno, conocido como “gracia barata”, surge de la falta de comprensión y apreciación de la naturaleza verdadera de la gracia. Así que, examinemos el viaje de gracia y el profundo impacto que puede tener en nuestras vidas.
En parte, abaratamos la gracia porque suena demasiado buena para ser real. Realmente no sabemos qué hacer con ella. Terminamos tratando la gracia como tratamos las figuras coleccionables de los súper héroes de acción que tenemos en el escaparate. No las tocamos, no abrimos las cajas en las que vienen. Dejamos que amontonen polvo mientras que aumentan su valor unos centavos cada año.
Mayormente, me olvido completamente de que las figuras están en mi estante. Vivo tan ocupado con mi trabajo o moviéndome sin pensar a través de los medios sociales, que es muy fácil olvidarme de que existen. De vez en cuando, las saco del estante para limpiarlas y verificar cuánto valor han acumulado.
Como ocurre con las figuras de acción, dejamos la gracia en el estante acumulando polvo. Acudimos a ella sólo cuando la necesitamos en forma desesperada, como si fuera la carta que nos permite salir de la cárcel en el juego Monopolio. En otras palabras, usamos la gracia como licencia para pecar.
Es como si dijéramos: si no pecamos, Cristo murió en vano, ¿cierto?
Pero si uso la “gracia” como licencia para pecar (Dios me va a perdonar de todos modos), la pregunta que surge es: ¿Hemos experimentado realmente la gracia de Dios?
Me pregunto si tendemos a abusar de la gracia porque enfatizamos demasiado el concepto de “ser salvos”.
El viaje comienza: dejando atrás la salvación
Al crecer, sentía que “ser salvo” era el fin último del camino de la fe. En la universidad, por accidente participé en un evento del ministerio universitario. Me di cuenta de que andaba perdido cuando el orador pasó adelante y empezó a decir “oremos”, pero ya era demasiado tarde para retirarme. También me di cuenta de que al entrar les di mi información personal porque pensaba que era otra organización. Después del evento, algunos miembros del ministerio básicamente empezaron a acosarme. Su misión era salvar mi alma y salvar tantas almas como fuera humanamente posible (¿o divinamente posible?).
Lo extraño era que una vez que salvaban el alma, hasta allí no más llegaba todo, para moverse a la siguiente alma. Tampoco se le pedía a los nuevos convertidos que salvaran las almas de otras personas. Parecía un esquema piramidal.
Algunas veces actuaban en forma arrogante porque pensaban que eran salvos y, por tanto, ya tenían todo solucionado por la eternidad.
Gasté semanas eludiendo sus correos y llamadas. Pero un día se hicieron presentes en mi dormitorio. Cuando les respondí que no estaba interesado, me preguntaron, “¿No le tienes miedo al infierno?” Les respondí que era cristiano y de que mi papá era pastor. Cuando añadí que era metodista unido, me respondieron: “Esa no es una iglesia que te llevará a la salvación”.
Les dije que ese era el riesgo que había decidido tomar. Me respondieron: “Te irás al infierno por la eternidad y no me imagino a nadie que quiera pasar una eternidad de esa manera”.
Les respondí (en forma brillante, si me preguntan): Si el ir al cielo significa pasar una eternidad con ustedes, voy a ver cómo me va en el infierno.
Mi desacuerdo fundamental con cristianos como estos es que ellos toman la salvación como si fuera la meta a seguir, mientras que yo estoy convencido que el “ser salvo” es tan solo el principio del viaje. Todavía no hemos llegado, solo estamos empezando.
Más allá del desempeño: Dios quiere nuestro corazón
Según Juan Wesley, somos “salvados” por la gracia justificante — una gracia que nos despierta a la misericordia y bondad de Dios. Esto nos lleva al arrepentimiento.
Entonces la gracia nos resucita a la vida que Dios siempre quiso que vivamos. Hay una novedad de vida para explorar, experimentar y vivir.
Nuestra labor no termina después de recitar la Oración del Pecador, cuando aceptamos a Jesucristo como Señor y Salvador. No realizamos ninguna obra para ser salvos y el trabajo de Dios en nosotros no ha terminado cuando se nos salva. La salvación no es la meta para ninguna de las partes involucradas. La salvación es tan solo el comienzo de un nuevo viaje juntos, Dios y nosotros.
El estar empapados de gracia nos trae libertad, pero no el tipo de libertad que nos permita vivir la vida como se nos antoje, haciendo lo que nos da la gana porque somos salvos.
La libertad que nos da la gracia es saber que somos amados de Dios. No hay nada que podamos hacer para ganarnos el amor de Dios y no hay nada que podamos hacer para que perdamos el amor de Dios. Somos amados simplemente porque Dios es amor.
El confiar, creer y abrazar esta verdad inquebrantable nos libera para movernos hacia adelante y asociarnos con Dios en el despliegue del amor y la gracia de Dios por todas nuestras comunidades. Primero somos amados, después nosotros amamos.
Cuando usamos la gracia como un truco para eludir responsabilidad o como licencia para pecar, estamos optando por una religión basada en el desempeño, en la cual nuestras acciones determinan nuestra condición. Dios no quiere desempeño o espectáculo. Dios quiere tu corazón. Dios te quiere a ti.
Cuando confiamos en la gracia, simplemente reorientamos nuestra vida para vivir como siempre quisimos vivir.
No nos preocupemos tanto en ser buenos.
Cuando Dios creó a la humanidad, declaró ese día como muy bueno, así que no tratemos de modificar nuestra conducta por medio de actuar bien. Más bien, sepamos que somos amados por ser simplemente nosotros, con defectos y todo.
Estar enamorados y ser amados por Dios es mucho más importante que nuestros esfuerzos por ser buenos. El amor de Dios naturalmente nos empuja a ser amor.
Joseph Yoo es autor de When the Saints Go Flying in. Se mudó de la costa oeste para vivir feliz en Houston, Texas, con su esposa e hijo. Sirve en Mosaic Church, Houston. Visite josephyoo.com.