Caí en un abismo profundo. El año que cumplí 25 años experimenté 20 funerales. Estaba recién casada y mi trabajo me forzó a vivir aparte de mi esposo. Quería encogerme y morir. Las lágrimas eran mis perpetuas compañeras. Tenía fe pero parecía que nada tenía que ver con mi depresión.
La gente que me rodeaba era maravillosa, cautivante y excéntrica. Era la primera vez en mi vida que tenía suficiente dinero para vivir mientras tuviera cuidado. Pero esto no detenía mis lágrimas o mi angustia. El lugar de mi nuevo trabajo tenía un paisaje que era maravilloso e inspirador pero no lo veía. Lograba realizar mi trabajo pero cuando volvía a casa la oscuridad me rodeaba y la desesperación me aplastaba. Era una pastora con un caso serio de depresión.
El dolor abdominal me dominaba en oleadas esporádicas. Estaba convencida que tenía endometriosis, pero el ginecólogo me dijo que era psicosomático. Me recomendó ver un consejero. Encontré un psicólogo y fui a la terapia, pero sus habilidades y mis necesidades no concordaban. Ni siquiera podía verlo al borde del abismo en el que me encontraba. Seguí yendo a terapia porque estaba desesperada.
¿Puede la fe curar la depresión? ¿Qué puedo hacer?
Empecé a leer cada libro de la biblioteca pública que pudiera explicar qué me pasaba. Encontré uno que describía un hábito que tenía. Mi hábito era que cada vez que algo negativo ocurría, mi cerebro abría una compuerta y me bombardeaba con cada cosa negativa que jamás hubiera hecho o dicho hasta que mi alma clamaba “debería estar muerta”. El libro me enseñó cómo frenar el dejar que una cosa pequeña me arrojase al abismo profundo.
Entonces un día recibí una invitación a un retiro de mujeres de mi profesión. En mi desesperación me matriculé para el retiro. Al mirar años atrás, solo recuerdo una cosa de ese largo día de retiro. Había una mesa donde nos sentamos, y una mujer dijo “necesito un grupo de apoyo”.
Los que estábamos en la mesa nos reímos y dijimos: “nosotros seremos tu grupo de apoyo”. En broma lo llamamos “el grupo de apoyo de Jan”, como si ninguna de las demás necesitaba apoyo. Durante los dos años siguientes compartimos mientras que comíamos huevos con chorizo o hamburguesas con papas fritas. Compartimos las historias de nuestras vidas y empecé a ver que había gente a la entrada del foso que se agachaba para alcanzarme.
Entonces mi esposo de dos años me “ayudó”. Me dijo que ya no podía seguir así, que tenía que buscar ayuda o nos íbamos a divorciar.
Fui al grupo de apoyo para pedir ayuda. Me recomendaron una psiquiatra, y la Dra. Mary me tiró una soga al fondo del abismo. Por muchos meses me trató de convencer de que tomara medicamentos. Yo me oponía pero ella insistía. Finalmente, un antidepresivo me ayudó a levantarme al mundo de los vivos.
Era todo un milagro poder levantarme de la cama sin gemir. El milagro se multiplicó cuando me encontré cantando mientras me lavaba los dientes. ¡Cantaba! Ese fue el reconocimiento oficial de que ya no vivía en el foso. Seguí viendo a la Dra. Mary quien trabajó para darme herramientas, habilidades para resistir, técnicas para modificar mi conducta, recursos y la habilidad de obtener perspectiva. Años más tarde encontré el libro de Richard O’Conner, Undoing Depression. Era como si él hubiese vivido mi vida, como si personalmente hubiese estado en el abismo. O’Conner me explicó el asunto de la compuerta que me afectaba. Me enseñó cuán poderoso era mi cerebro y cómo la depresión tenía un aspecto genético.
Me mudé a otra ciudad y alguien me recomendó “Sistemas Familiares”. Al conseguir más herramientas tuve que conseguirme también una caja más grande.
Los Milagros y la caja de herramientas
Al mirar atrás veo muchos milagros, el grupo de apoyo de Jan, el retiro, la biblioteca pública, O’Conner, la Dra. Mary, mi esposo, Sistemas Familiares, y el terapeuta que no armonizó conmigo. Dios me envió mucha gente que me ayudó. Creo que Dios ha ordenado el mundo de tal forma que los humanos nos necesitamos unos a otros. Creo que el sufrimiento es parte de la vida. Creo que la sanidad es la voluntad de Dios.
En su libro Suffering, Dorothee Soelle dice que hay tres etapas de la sanidad: el aislamiento (cuando creemos que estamos solos y que nadie se ha sentido como nosotros), la comunicación (cuando buscamos a otros y empezamos a contar nuestra historia y encontramos gente que sana por medio de escucharnos y darnos consejos), y la solidaridad (cuando buscamos un grupo de gente que estará con nosotros).
Hoy mi caja de herramientas está tan repleta que no es posible contarlas todas (las más recientes son EFT, EMDR, Yoga, neuroterapia, Dr. Fehmi, y salud intestinal). La fe sola no me sacó del abismo. El pueblo de Dios que sostenía mi fe y que tuvo una profunda compasión ‒por haber estado en el abismo‒ me entregó las sogas, escaleras, sabiduría y el valor que necesitaba para llegar a un lugar de fortaleza y de cielos azules.
¿A dónde vas cuando sientes que estas en el abismo? No tienes por qué estar sola o solo. Hay grupos como el “grupo de apoyo de Jan”, y quizá podamos encontrarte uno.
Teresa Smith goza de cielos azules y puestas de sol que miran al río y cree que cada persona puede tener esperanza. Es pastora de la Iglesia Metodista Unida New Hope, en Fredericksburg, VA. También dirige el ministerio New Pathways que ayuda a personas para que pasen del sufrimiento a la esperanza y la sanidad. Es autora de Through the Darkest Valley: The Lament Psalms and One Woman's Lifelong Battle Against Depression. Contáctese con ella mediante Facebook Rev. Dr. Teresa Signer Smith o visite NewHopeVA.com.
[Publicado 13 de marzo 2018]