Por cierto que no puedo ser el único cristiano que al leer algunas de las palabras de Jesús, suspira diciendo:
“Mi camino de fe sería mucho más fácil si Jesús no hubiera dicho esto”.
Sin embargo, si empiezo a hacer una lista de las cosas que quisiera que Jesús no hubiera dicho, abarcaría la mayor parte de los evangelios.
En pocas palabras: Seguir a Jesús es simple pero no es fácil.Una de las cosas que quisiera que Jesús no hubiese dicho es: “No juzguen a nadie” (Mateo 7:1, NVI), porque yo juzgo a la gente.
Pasé las partes más formativas de mi infancia en el sur del país, donde se me enseñó a decir “bendito su corazón”. La expresión es una forma agradable de juzgar a otros. Se dicen cosas como:
“Bendito sea su corazón, pero no es la más inteligente del grupo”.
“Bendito su corazón, pero ni su mamá pensaría que es bonita”.
“Bendito su corazón, al menos trataron”.
El deseo de juzgar a mi prójimo siempre achecha en mi corazón y consciencia. Algunas veces se siente cierto placer en juzgar a otros, incluso en silencio. Esta tendencia es un defecto innato de la naturaleza humana, no es solo yo.
¿Por qué juzgamos?
Quizá viene de nuestra propia inseguridad y del hecho que pensamos que tenemos muchos defectos. El juzgar a otros nos ayuda a ponernos por sobre los demás, para así conseguir un lugar en el mundo.
En Lucas 18:10-14, Jesús nos cuenta que un fariseo y un publicano se fueron a orar al templo. El fariseo se puso de pie y oró diciendo: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros— ni mucho menos como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo.”
Es fácil decir: “Este fariseo es un idiota pomposo y creído… bendito sea su corazón”.
Sin embargo…
Aunque no oremos como el fariseo, si somos honestos reconoceremos que hay veces que tales sentimientos surgen en nuestros corazones.
No creo que Jesús esté completamente en contra de juzgar a otros. Jesús establece altas expectativas para nosotros y los demás. Después de todo, nos da la oportunidad de ayudar al prójimo que tiene una astilla en su ojo, después de que hayamos removido la viga del nuestro.
Suspendiendo nuestro juicio
Jesús nos ordena no juzgar a los demás porque al hacerlo nos estamos haciendo moralmente superiores y nos elevamos más y más en nuestra propia torre de Babel. Sacamos a Dios de su trono y nos sentamos en él. Jesús también nos prohíbe juzgar a causa del daño que causamos a otros después que los descalificamos: los desechamos, menospreciamos y deshumanizamos. Los cargamos con exigencias que deben cumplir, a fin de satisfacer nuestras normas y ser aceptados.
Una cosa sería si esto fue lo que Dios hizo, pero ocurre que Dios no hace esto.
Dios mira a la humanidad, y en lugar de demandar de que cumplamos con sus normas, nos mira con misericordia, gracia, compasión y amor.
Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. (Juan 3:16-17, NVI)
Se me estima con misericordia, compasión, gracia y amor. Dios me pide que haga lo mismo con mi prójimo.
Se me invita a que recuerde que, aunque quizá no estemos en el mismo bote, todos experimentamos la misma tormenta. Todos estamos tratando de vencer la tormenta juntos y deberíamos ayudarnos unos a otros cuando podamos. El que tú estés en un yate y yo en una canoa, no significa que soy inferior a ti. El que yo navegue en una canoa y tú estés aferrándote a la vida flotando en una puerta que tiene espacio para dos personas (¿se acuerdan de Rose Bukater en Titanic?), no me autoriza a menospreciarte.
El mandato de no juzgar no es tanto una reprensión como un llamado a ser compasivos, llenos de gracia y amorosos, particularmente con aquellos hacia quienes sentimos el deseo de decir “bendito su corazón”.
Mientras más amo, menos tiempo tengo para juzgar a otros. Mientras más busco la belleza en la gente, menos me inclino a criticarlos.
Mientras más busco la imagen de Cristo en todos a mi alrededor, menos me siento tentado a deshumanizarlos. Admito que esto es difícil.
Pero como dije antes, seguir a Jesús es simple pero no es fácil. Con todo, el camino que Jesús nos invita a seguir es un camino lleno de una gracia, esperanza, gozo y amor abundantes.
Joseph Yoo se mudó de la costa oeste para vivir feliz en Houston, Texas, con su esposa e hijo. Sirve en Mosaic Church, Houston. Visite josephyoo.com.